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Es curioso ese choque entre lo políticamente correcto y lo incorrecto, izquierda y derecha, liberales y conservadores. ¿Quién estaría con la razón? ¿Los severos defensores de los valores cristianos o los irascibles batalladores por la libertad de género? ¿Disciplina militar o Pedagogía compartida? ¿Educación moral y cívica o Quien sabe lo hace acontecer ahora? ¿Patriotismo o Anarquismo?
Todo lo que generamos con la intensidad de nuestra voluntad interior, sean pensamientos o intuiciones, toma forma en un mundo más fino e invisible, el cual permanece en estrecha conexión con la Tierra de materia física a nosotros visible. En ese plano de materia más fina, los pensamientos se congregan en centrales de la misma especie, influenciando continuamente las personas que dieron origen a esas conformaciones, instigándolas de esa manera a producir más y más pensamientos del mismo tipo. En la época actual, las centrales más poderosas son las de odio, envidia, codicia, celos y cosas análogas. Esa es la razón del inmenso y creciente caos en el mundo entero.
No hay nada de mal, nada de errado en abrazar alguna causa según nuestra convicción del momento. Hace parte del proceso natural de desarrollo. Las verdades inmutables en que creíamos cuando jóvenes generalmente se hacen más escasas a medida que maduramos, para que después verifiquemos que en ellas había, de hecho, resquicios de reales valores. Eso es evolución. Ningún problema. Desde que, en ese proceso de continuo perfeccionamiento personal, nos mantengamos siempre conectados a las pequeñas centrales de pensamientos de amor al prójimo, de comprensión, de tolerancia y de respeto. Conectados a las centrales de alegría de vivir y de gratitud, de ellas recibiendo influjos y también fortaleciéndolas, al mismo tiempo, con nuestra manera correcta de vivir. Con esa base sedimentada, entonces podremos adherir sin recelo a cualquier ideal por el cual tengamos atracción en determinadas fases de la vida, pues jamás escogeremos un albo que pueda perjudicar a alguien.
Visto desde el alto, es absolutamente irrelevante si la persona es de derecha, de izquierda, de centro, de arriba o de abajo. Del punto de vista de las leyes naturales, todo eso es perfectamente insignificante. Lo que realmente tiene valor es la integridad del carácter, la justicia del corazón y la pureza de los pensamientos.
Derechistas e izquierdistas radicales se conectan en las mismísimas centrales de odio y furor que ellos mismos generan continuamente con su voluntad impura. De esa forma, se influencian y se fortalecen recíprocamente, contribuyendo con gran eficacia para transformar este mundo en un amplio y completo infierno. No es necesario subrayar que todos ellos recibirán el retorno de su mal proceder, por la actuación de la INFALIBLE Ley de la Reciprocidad. La cual se encuentra fuera de los conceptos humanos de correcto y errado, más actúa exclusivamente según la Voluntad del Omnipotente.
El radicalismo es siempre mezquino, es siempre miope. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, luchar encarnizadamente por preservar “valores cristianos”, si estos no siquiera se conservaron íntegros en nuestra época? El mismo Cristo no dejó nada escrito; sus palabras fueron copiadas solamente décadas después de su muerte, sujetas a todas las fallas de la imperfecta memoria humana. Y lo que fue transcrito aun sufrió alteraciones inconscientes e intencionales en los siglos siguientes. Pues bien, un musulmán, un judío o un budista que busca seguir rigurosamente la regla aurea, que se vigila a si mismo de modo a nunca hacer a otros algo que a él mismo no le gustaría que le hiciesen, vive mucho más dentro de los preceptos del Hijo de Dios, por tanto, dentro de los legítimos valores cristianos, que toda una legión de fieles que practican su culto mecánicamente, que se someten irreflexivamente a dogmas y creencia ciega, pero que no traen consigo el legítimo amor al prójimo. También lo inverso es verdadero. Se da lo mismo con relación a aquellos cristianos que, cuidando sencillamente de mantener inmaculado el hogar de los pensamientos, ya viven integralmente, sin que lo sepan, dentro de los verdaderos principios que fueron traídos por Mahoma, Moisés y Buda. Lo que tiene valor es únicamente la pureza del alma, no la creencia aprendida. Y es solamente ella, la pureza interior, que será evaluada en cada alma después de la muerte terrena.
Abdruschin dice lo siguiente en su obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial:
“Es así que todo el que tiende seriamente a la Verdad y al ennoblecimiento, aun cuando desconozca las propias palabras de Jesús, muchas veces vive de acuerdo por completo con el sentido de esas palabras, de aquí que también él vaya con paso seguro hacia una fe pura y hacia una remisión de sus pecados. Guárdate, pues, de subjetivos puntos de vista. Eso es denigrar la obra del Redentor.
Al que aspire sinceramente a la Verdad y a la Pureza, nunca le faltará el Amor. Será conducido, paso a paso, a la cima de su encumbramiento espiritual, aun cuando a veces tenga que enconarse en dura lucha y se apodere de él la duda. Sea cual fuere la religión a que pertenezca, llegará a encontrarse, en este mundo o en el otro, con el Espíritu de Cristo, el cual, en una última fase, le llevará aún más lejos, al conocimiento de Dios Padre, con lo que se cumplirá la palabra: ‘Nadie viene al Padre, si no por mí’.”
Seamos criaturas vivas, libres, libertadas de yugos ideológicos y cargas dogmáticas. Conservemos nuestra voluntad interior siempre direccionada hacia el bien, independientemente de las circunstancias externas. Seamos solamente fuentes generadoras de pensamientos puros, que puedan ascender como oraciones tornadas formas, límpidas como cristal, capaces de, en su retorno, diseminar múltiples bendiciones al ambiente y a nuestros semejantes.
Roberto C. P. Junior (instagram.com/robpucci/)
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