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El ser humano de la época actual tiende de muy buen grado a caer en la inercia espiritual. Por eso, los maremotos del destino que lo arrasan una vez u otra constituyen, en verdad, una gran ayuda, pues cuidan de agitar su alma y de conservarla íntegra, induciéndolo al mismo tiempo a moverse espiritualmente. A él cabe reconocer tal auxilio aún en tiempo y aprovecharlo de manera correcta.