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Esperar la llegada del tiempo correcto, del momento oportuno, de las condiciones adecuadas para comenzar a cuidar de la vida espiritual es un gran error. El ser humano no es un cuerpo que alberga un espíritu, más un espíritu envuelto en un manto corpóreo. La verdadera vida es la espiritual, y por eso no puede de ninguna manera ser dejada de lado.
Cada día, cada hora, cada minuto es tiempo de evolucionar espiritualmente, de aprender por medio de vivencias que la vida terrena proporciona.