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Convenciones, reglas y normas son útiles y necesarias, pues posibilitan la convivencia con un mínimo de atritos. Ya los dogmas no se encuadran en eso. Están en otro nivel, pues interfieren en el propio libre albedrío del espíritu, aprovechándose de la indolencia o del miedo. Quien se deja plasmar por dogmas de cualquier especie no es más señor de sí mismo ni de su destino, pero apenas una criatura amorfa, tajada por imposiciones de conciencia.