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Un espíritu humano libre está siempre dispuesto a escuchar y analizar cosas nuevas, sin prejuicios o precondiciones, juzgándolas según su propia intuición. Bien diferente de aquel que se aferra a una creencia aprendida y, por comodidad, nada quiere de diferente.
Ese último tulle a sí mismo al impedir la libertad de movimiento de su espíritu. Y si esa situación perdura por demasiado tiempo, será cada vez más difícil y, por fin, completamente imposible, para que él abra su corazón para la Verdad, aunque quiera.