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Toda predilección exagerada por algo terreno, sea concreto o abstracto, o aún por alguna personalidad, sea conocida o no, constituye un tipo de idolatría y, consecuentemente, transgrede el Primer de los Diez Mandamientos. Ninguna idolatría puede perdurar, al contrario, acaba tarde o temprano desmoronando por sí misma.