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“¿Qué es lo que voy a encontrar después de la muerte?”
Una temerosa y curiosa pregunta que todos, o casi todos, seguramente ya se hicieron alguna vez en la vida. Por lo menos aquellos que creen en una vida más allá de la materia, o en la continuación de la consciencia, de alguna manera, después de la muerte terrena.
La primera cosa que encontraremos del lado de allá serán los frutos de nuestra plantación aquí en la Tierra. Nada diferente. Nosotros mismos producimos aquí el material con el cual es formado el mundo en que adentraremos primeramente después de nuestra muerte. Ese material de construcción son las acciones, las palabras, los pensamientos y las intuiciones. Allá no más alcanza el raciocinio calculador, al contrario, todo es vivenciado instantáneamente de modo total. De ese modo, se hace evidente a cada uno la especie, buena o mala, de las semillas que plantó en la vida terrena.
En esos planos del Más Allá no hay más ninguna distinción artificial de cualquier especie, ninguna diferenciación medida en valores terrenos. Allá no hay más ideologías, no hay himnos ni banderas, no hay dinero ni honrarías. Allá no hay cristianos, judíos, musulmanes, espíritas, hinduistas, budistas o sintoístas, sino tan solamente almas humanas. Simples almas humanas, que tienen que dar cuentas de como utilizaron el tiempo a ellas concedido en la Tierra.
Pero… ¿Y después? ¿Qué pasa después de ese tiempo de vivencias y de reconocimientos? Las personas de buena voluntad continúan progresando rumbo a su patria espiritual, a no ser que… hayan dado guarida en su interior a algún concepto de creencia falsa. En ese caso, su ascensión será suspendida, pues no es posible ascender espiritualmente con esa carga de errores pesando en el alma.
Así es que, para millares, millones, centenas de millones, el camino ascensional en el Más Allá es impedido en un determinado local. Ellos encuentran un obstáculo infranqueable a la continuación de su ascensión espiritual, en la forma de una fila de gruesos y rígidos barrotes que se extienden a perder de vista. Esos barrotes son la expresión formada en el mundo de materia fina de toda creencia errada, los cuales detienen rigurosamente las almas en aquella región próxima de la Tierra y las impiden de subir hacia mundos más livianos y luminosos.
Allá se encuentran, lado a lado, todos aquellos que aceptaron irreflexivamente conceptos de fe ciega, diametralmente opuestos a la Voluntad del Omnipotente. El conjunto de todos ellos, forman una gran igual afinidad común y errada, y por eso están todos juntos allá, no obstante, la diversidad de los errores. Son los que creyeron más cómodo sujetarse a múltiples dogmas que realizar un único esfuerzo sincero de mejoría interior, de perfeccionamiento espiritual. Que creyeron que el asesinato (https://bit.ly/3AP3JJB) de un Hijo de Dios los haya librado de sus pecados y les haya aplanado el camino hasta el Paraíso. Que supusieron que el Todopoderoso tiene necesidad de cualquier intermediario entre Él y Sus criaturas. Que presumieron que sus conocimientos místico-ocultistas (https://bit.ly/3KpZNBZ) funcionarían como una especie de salvoconducto en los mundos del Más Allá. Que imaginaron que la cantidad de oraciones proferidas mecánicamente, sin ninguna intuición espiritual, sería llevada en alta consideración del otro lado de la vida. Etc., etc., etc.
Ese es el retrato sin retoques de la vida en el “País del Crepúsculo”, región hacia donde van todos los que se consideraban en la Tierra especialmente fieles a su Creador, pero que en realidad eran fieles solamente a alguna institución terrena y a su propia indolencia. Fieles, en última instancia, solamente a sí mismos. Dice Abdruschin en su Mensaje del Grial, disertación “El País del Crepúsculo”:
“Recorremos las apretadas filas. Parece como si fueran interminables. No son cientos de miles, no: ¡Son millones! Todos aquellos que, en la Tierra, pretendían ser sinceros “creyentes”. ¡Cuán diferente se habían imaginado todo! Creyeron ser esperados con alegría y que serían recibidos solícitamente.
Gritadles: ‘¡De qué os sirven vuestras plegarias, oh creyentes, si no habéis dejado que la Palabra del Señor se trasforme en actos dentro de vosotros mismos, como algo completamente natural!’
Ese resplandor rosáceo en la lejanía es el anhelo del reino de Dios que arde en vosotros. Lleváis inherente ese vehemente deseo, pero habéis obstruido el camino hacia allí mediante rígidas formas de falsos puntos de vista que, ahora, se alzan ante vosotros como barrotes de una reja que os detiene.
¡Arrojad esos falsos conceptos aceptados durante el tiempo terrenal y erigidos por vosotros mismos!
¡Desechadlo todo y osad levantar el pie libremente, dirigiéndoos hacia la Verdad tal como es, en su grandiosa y simple naturalidad! Quedaréis libres, entonces, para perseguir el fin de vuestra ardiente aspiración.
Pero ved, no os atrevéis a ello, en continuo temor de que, tal vez, pudiera ser erróneo ese proceder porque habéis pensado de otra manera hasta ahora. Vosotros mismos os paralizáis con ello, habiendo de permanecer donde estáis hasta que sea demasiado tarde para proseguir la marcha, y seáis arrastrados también a la destrucción. No se os puede ayudar si vosotros mismos no empezáis a dejar atrás lo falso”.
Triste, sumamente triste es el destino de un ser humano que permite que la pereza de su espíritu dicte su manera de vivir, tanto aquí como allá. La indolencia es siempre dañina, siempre nociva, mucho más de lo que se supone. La terrena es la causa de muchos males físicos y anímicos, pero la espiritual tiene el poder de impedir para siempre el ingreso en la verdadera patria.
Roberto C. P. Junior (instagram.com/robpucci/)
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