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Durante milenios el ser humano cultivó excesivamente el propio raciocinio, olvidándose del espíritu. Ahora, ese raciocinio supercultivado se hizo un peso que dobla su voluntad y lo obliga a mirar solamente hacia abajo, para la materia, excluyéndolo del reconocimiento de los mundos superiores al plano terrestre, y dificultando la llegada de auxilios que le podrían advenir desde allá.
Cabe a él, entonces, redoblar los esfuerzos para llevar nuevamente su espíritu al lugar que le pertenece, buscando oír y seguir su voz: la intuición (http://bit.ly/27m9isX). Solamente así será libertado de la carga que impuso a sí mismo.