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La vida ocurre en ciclos, dentro de los cuales podemos transformar en realidad el querer del espíritu. Tenemos la prerrogativa para eso, y la fuerza de voluntad hace posibles esas realizaciones en un determinado espacio de tiempo. Por otro lado, la indolencia espiritual deja pasar inaprovechado uno o incluso más ciclos, sin transformar en acción la voluntad inicial del espíritu.
En el primer caso, el espíritu se fortalece y evoluciona. En el segundo caso él permanece estancado y, si tal situación se mantiene, retrocede en su desarrollo.