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No importa la religión, desde que la fe sea viva. No importa la envoltura, desde que la creencia no sea ciega.
Así como la llama siempre apunta hacia arriba, independientemente de la posición de la vela, la creencia verdadera independe de la base en la cual está asentada. Como ella es viva, se transforma poco a poco en convicción, la cual, por fin, se eleva como una oración de jubiloso agradecimiento, plena de confianza, en dirección a la Fuente de toda la Vida.