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La llamada “ley de causa y efecto”, o “ley de retorno”, en sus consecuencias de incondicional reciprocidad, tanto para el individuo como para toda la humanidad, es la llave para la comprensión del proceso de anunciación de las grandes profecías de los tiempos antiguos.
Así como un astrónomo puede prever cuando y como ocurrirá un eclipse del Sol, visto que conoce muy bien las leyes de la mecánica celeste y sabe que son inmutables, el conocimiento de las leyes universales que rigen la Creación (http://on.fb.me/1MkBS4L), igualmente inmutables, permite saber de antemano lo que aguarda la humanidad en el futuro, como un todo, como resultado de su comportamiento anterior.
De ese modo, ya hace mucho puede ser previsto, con total seguridad, lo que los seres humanos de la época actual tendrían que enfrentar, como resultado de su propia actuación malévola de antaño, al largo de muchos milenios (http://on.fb.me/1Iv8pCO). Por eso se originaron entonces las grandes revelaciones en forma de imágenes.
Esos agraciados -los grandes profetas de todos los tiempos- fueron instrumentos de una voluntad superior, utilizados para transmitir esos mensajes tan importantes, sin embargo no eran divinamente inspirados y ni fueron santificados para que pudieran cumplir sus misiones. Ellos fueron, sí, seres humanos especialmente convocados, imbuidos de una misión bien específica, más eran personas normales.
Un astrónomo que hoy vaticinase el acontecimiento de un gran eclipse junto a una tribu de salvajes también sería considerado por esos como una “divinidad” o algo semejante, porque aquéllos silvícolas no conocen las leyes en las cuales el astrónomo se fundamentó para hacer su previsión, el proceso es el mismo.
(Conozca las obras literarias publicadas por la “Ordem do Graal na Terra”. Ingrese a: http://bit.ly/1XjNebF.)