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El ser humano terreno posee varias envolturas envolviendo su “yo”, más las principales son dos: el cuerpo físico y lo que llamamos de alma. El alma es la envoltura del espíritu, así como el cuerpo es el envoltorio del alma (http://on.fb.me/1fgqlFC).
No por acaso, el apóstol Paulo exhortó los Tesalonisenses a “conservar espíritu, alma y cuerpo íntegros e irreprensibles” (1Ts5:23), la misma división, además, ya enseñada antes por Platón, griego así como ellos. Esa diferenciación, incluso, aparece tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento.
Los textos hebreos del Antiguo Testamento hacen una clara distinción entre basar- cuerpo, nepes-alma y rûah-espíritu, lo mismo aconteciendo con los textos griegos del Nuevo Testamento: soma- cuerpo, psyque-alma y neuma- espíritu.
El historiador Flavio Josefo (siglo I) dijo en sus Antigüedades Judaicas que “Dios colocó en el hombre alma y espíritu”, y el teólogo Orígenes (siglo III) explica en sus Primeros Principios (escrito con la edad de 23 años), que “el hombre consiste de cuerpo, alma y espíritu”.
El espíritu humano necesita incondicionalmente de esas dos envolturas básicas para poder hacerse valer plenamente aquí en la materia visible. Sin el cuerpo físico, o sea, el envoltorio denso-material más externo, él no podía actuar en el ambiente terreno de la misma especie.
Es como alguien que desease (o necesitase) investigar el fondo del océano y conocer lo que se encuentre en aquel ambiente, debajo de él. Para poder saber lo que existe en el fondo del mar la persona necesita bucear hasta allá. Y para tanto no puede simplemente saltar en el agua, pero sí deberá vestir primeramente un traje apropiado, que lo proteja de las bajas temperaturas. Y por encima del traje aún una escafandra, que es un envoltorio impermeable, mucho más pesado, que le permitirá moverse en el ambiente acuático, más denso que el aire a que está acostumbrado y de donde vino.
Así, bien aparatado, esa persona puede bajar hasta el fondo del mar, caminar por allí, aprender todo lo que necesite y, por fin, subir nuevamente a la superficie, cuando entonces podrá despojarse de los dos envoltorios especiales que había utilizado en su bajada. Hasta que una nueva necesidad de aprender la lleve a prepararse nuevamente para un buceo más.
De la misma forma que esas ropas especiales de buceo, ambas envolturas del espíritu humano- cuerpo y alma- también no tienen vida autónoma fuera de la Tierra y del mundo que llamamos “más allá”, pero son apenas vivificados por el espíritu, el único realmente vivo en el ser humano, aquello que sentimos nítidamente como siendo nuestro “yo”.
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