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La felicidad no es ningún objetivo inalcanzable en la Tierra. Los caminos que llevan hasta ella es que no son fácilmente reconocidos en el tiempo actual. No son formados por dinero, cultura, honrarías, cargos o fama, pero por cosas mucho más simples: voluntad límpida, pensamientos puros, palabras verdaderas y acciones nobles.
Son esas cosas que llenan el alma y la hacen liviana, hacen con que el espíritu atraviese la existencia distribuyendo bendiciones por toda parte y lo conducen hacia arriba, por las gradas de la alegría de vivir y de la gratitud. La felicidad entonces lo alcanza naturalmente en ese su recorrido ascendiente de evolución, como un efecto retroactivo automático de la Ley de la Reciprocidad.