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Al “probar del árbol del conocimiento”, es decir, al cultivar solamente el raciocinio, la criatura humana colocó en él toda su atención y disposición, en detrimento del espíritu. Abonó continuamente ese raciocinio, cuidó de él con diligencia, acompañó con orgullo su crecimiento, y, por fin, se sometió enteramente a sus directrices, sin dar más oídos a su intuición. Todo eso ella misma lo hizo, sola y por sí misma. La serpiente tentadora ni siquiera necesitó esforzarse más para desviar su alumna del camino del desarrollo espiritual.