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Cualquiera que tenga un conocimiento mínimo de cómo actúa la Ley de la Reciprocidad – una de las columnas maestras de la Creación – sabe que será siempre responsable por sus actos, soportando las ineludibles consecuencias de estos. Tendrá que responder por todos ellos, tarde o temprano.
Cuando compartimos cualquier noticia en una red social, estamos asumiendo una responsabilidad colosal. Si esa materia es falsa, si es una mentira, y tiene influencia en las personas que la reciben, los malos efectos derivados de la actuación de la Ley de la Reciprocidad nos alcanzarán con intensidad multiplicada, proporcional a la dispersión de la falsedad y a los daños resultantes de allí. Y si esas personas aún las repasan a otras tantas (lo que normalmente acontece), nos tornamos igualmente responsables por influenciar indirectamente esas personas desconocidas, pues la acción nefasta inicial fue nuestra. La reciprocidad de todo eso nos alcanzará entonces con ímpetu inimaginable. No es necesario, entonces, aclarar cuál debe ser nuestra conducta cuando nos encontramos con cualquier noticia, buena o mala, de la cual no podemos tener la seguridad absoluta que es verdadera.