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La falla más grande de toda la humanidad en su previsto proceso de evolución en el mundo material fue haber colocado las ponderaciones del intelecto, el raciocinio, por encima de las capacitaciones espirituales. Con eso, la intuición, que es la manifestación del espíritu, su voz propiamente, se tornó cada vez más débil, casi inaudible. E incluso, cuando una vez u otra, aún era escuchada, casi siempre no era más seguida, pues el raciocinio luego se manifestaba con consideraciones y argumentos contrarios.
Así ha sido desde hace mucho tiempo aquí en la Tierra, a lo largo de centenas de millares de años. Tal proceso transcurrió sin detenerse hasta ahora, y constituyó el así llamado pecado original de la criatura humana contra las determinaciones de su Creador ((bit.ly/3dNCshC). Durante todo ese periodo, el becerro de oro del raciocinio fue siendo moldeado, facetado, glorificado y adorado en intensidad y fervor cada vez mayores. Con eso, la raza humana acabó por tornarse una esclava sumisa a él, sin realmente tener conciencia de esa su alienación voluntaria.
De entre los muchos efectos nefastos del predominio del raciocinio sobre el espíritu está la dificultad de ver la realidad tal como ella es.
Ejemplo: una persona se topa con una dada situación que le causa cualquier impresión. Acto continuo, su cerebro pasa a generar pensamientos al respecto, influenciado o no por posicionamientos de otros. La actuación de esos pensamientos sobre los nervios del cuerpo hace surgir un sentimiento correspondiente, el cual, nuevamente interactuando con el raciocinio, produce una imagen de fantasía. (Abdruschin explica en detalles ese proceso en su Mensaje del Grial – https://mensaje-del-grial.org/).
Esa imagen de fantasía no es, ni de lejos, semejante a la imagen producida por la legitima intuición espiritual (bit.ly/3hRH4TR), que casi no existe más. Ella no traduce la realidad como de hecho es, sino ya alterada por los propios pensamientos y sentimientos del individuo en cuestión. Caso se trate de una persona más espiritualizada, entonces ella tendrá la impresión de que su “intuición” le está mostrando las cosas como realmente son, cuando en verdad todo no pasa de una ficción de su mente.
Tal persona continuará siguiendo por la vida con su “convicción” deturpada, sin darse cuenta de eso. Emitirá opiniones, palabras y sentimientos con base en ella, tal vez hasta la alimente con otras ideas corrompidas, enredándose cada vez más en conceptuaciones deformadas. En esa situación, es totalmente imposible a alguien de visión más amplia tratar de auxiliarla de alguna forma, inútil tratar de abrir sus ojos o disuadirla de sus posiciones, pues ella está absolutamente convencida de ellas y así permanecerá, así proseguirá siempre, sin pestañear.
En mayor o menor grado, todos somos así, todos actuamos así. Sí, todos nosotros padecemos de esa visión corta de la realidad, pues, todos contribuimos, sin excepción, de una manera o de otra, en esta o en otras vidas, para que el raciocinio ejerciese su tiránico reinado actual, y nos sometimos voluntariamente a él cada vez más durante ese tiempo, sin oponerle ninguna resistencia (bit.ly/3A4sVKm). Esa terquedad profundamente enraizada en nuestra alma, a su vez, hace nacer la presunción, la cual se evidencia por desechar de pronto cualquier idea contraria a nuestras “convicciones más profundas”. La intuición genuina, sin embargo, que podría confirmar o no la veracidad de otras concepciones, permanece desconectada, sin poder hacerse valer, pues fue hace mucho tiempo dejada de lado por la supremacía del raciocinio.
Ese triste estado de cosas ya fue detectado por algunos renombrados especialistas en comportamiento humano, y no sin espanto. El trecho que sigue fue extraído del libro “Ideas Propias”, de Cordelia Fine, doctora en sicología experimental: “No damos vuelta las espaldas solamente a los argumentos de otras personas. Una vez que hayamos formado nuestra opinión al respecto de un asunto, los argumentos a favor de una visión opuesta, e incluso puntos generados por nuestros propios cerebros, son abandonados a la orilla del camino.
La distorsión de información y argumentos de autocensura, estrategia que usamos de modo inconsciente para que mantengamos el peso de las evidencias más pronunciado en nuestro platillo de la balanza, nos conserva alegremente seguros de nosotros mismos. Nuestra obstinación complaciente se manifiesta en todas partes: en nuestra habitación, en la sala de clases, en la vida social, en el laboratorio de un científico, en el escenario político, en el tribunal. Impregnando, como siempre lo hace, todos los aspectos de nuestras vidas. ¿Será que podemos hacer algo para reducir los vergonzosos y, en general, peligrosos efectos de nuestra terquedad y presunción?… Nuestra terquedad parece ser irredimible.”
Completamente irredimible, realmente, tanto esa terquedad pueril como la presunción que de ella brota. Realmente, solo el inevitable efecto de retorno de nuestro mal proceder por la actuación de la Ley de la Reciprocidad, en la forma de dolor y sufrimiento, aún es capaz de romper la rígida cascara de la presunción y extirpar la terquedad tan arraigada en nuestra alma, liberando, de esa forma, nuevamente el espíritu para actuar como debe y, también, manifestarse por medio de la libre intuición.
Así es que, en el tiempo actual, el sufrimiento acaba desempeñando un papel benéfico en nuestra vida, extremamente relevante. Dolores físicos y anímicos constituyen hoy en día gracias invalorables, auxilios indispensables en nuestra época tan grave, pues nos obligan a rever rígidos puntos de vista, nos fuerzan a reconsiderar falsas certezas.
Al eliminar implacablemente cualquier miraje de una sabiduría ilusoria, el sufrimiento permite al ser humano de buena voluntad nacer de nuevo en el espíritu, aún en tiempo de cumplir, finalmente, su misión en esta Creación.
Roberto C. P. Júnior
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