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“La tierra de cierto hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, ya que no tengo dónde almacenar mis cosechas? Entonces dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y edificaré otros más grandes, y allí almacenaré todo mi grano y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come, bebe y diviértete. Pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma, y ahora, ¿para quién será lo que has provisto? Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios.”
Esta parábola trae una dura advertencia a aquellos que se esfuerzan en juntar tesoros en la Tierra y que, debido a eso, desprecian la vida espiritual. Olvidándose de que “no solo de pan vivirá el hombre” (Lc4:4). Los avarientos, por cierto, son siempre individuos muy olvidadizos. Se olvidan de que aquí en la Tierra no somos más que un “vapor que aparece por un poco tiempo y luego se desvanece” (Tg4:14) y que nuestros días “son como una sombra que pasa” (Sl144:4). La vida terrena es muy corta y los bienes materiales son efímeros; la cuna y el ataúd de una persona pueden ser hechos de la madera de un mismo árbol.
La riqueza en si no es algo errado. No hay nada de mal que alguien sea rico. Errado es el uso que muchos hacen de ella, casi siempre de modo egoistico, buscando únicamente sus propios intereses, “colocando su esperanza en la incertidumbre de las riquezas” (1Tm6:17), sin tomar atención de “que la vida del hombre no es asegurada por sus bienes” (Lc12:15) y que “el que confía en sus riquezas, caerá” (Pv11:28). Tal persona, en verdad, no posee la riqueza que imagina tener, al contrario, con su devoción al dinero es literalmente poseído por ella. Y con eso, deja también en segundo plano, cuando desecha totalmente, la imprescindible búsqueda por las riquezas espirituales, las únicas perennes, que podría y debería obtener en sus caminos de desarrollo.
Incluso el Antiguo Testamento no condena la riqueza en si, tomada como medio de realización para todos. Una persona rica, que sabe utilizar sus bienes para el beneficio de muchos, a través de la generación de empleos y el desarrollo general de las condiciones de vida, es un elemento muy útil en la Creación, pues con su actividad correctamente direccionada él contribuye para que la Ley del Movimiento y la Ley del Equilibrio sean vivificadas en la vida terrena, lo que también le traerá ricas bendiciones en el efecto retroactivo: “Haz con tus riquezas lo que te manda el Dios altísimo, y te rendirán más que el oro” (Eclo29:11).
Abdrushin aclara ese punto en su obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial:
“El hombre que no amontona inútilmente sus riquezas para proporcionarse placer a sí mismo, sino que las emplea juiciosamente, valorándolas en el buen sentido y transformándolas en prosperidad para muchos, tiene mucho más mérito y está mucho más elevado que quien se las regala al primero que llega. Es mucho más grande y se encuentra en la creación fomentando la evolución.
Gracias a su fortuna, ese hombre puede dar ocupación a miles y miles durante toda su existencia terrenal, dándoles así la satisfacción personal de poder ganar su propio sustento, lo que se traduce en efectos vigorizantes y estimulantes para cuerpo y espíritu. Ahora bien, es preciso, como es natural, adoptar la postura conveniente en cuanto al trabajo y al descanso, así como también dar la justa retribución por cada trabajo realizado. ¡Tiene que existir una compensación rigurosa!”
Por tanto, mediante esas leyes avigoradas aplicadas a la materia, tal persona abastada permite a aquellas que trabajan para ella familiarizarse correctamente con la Ley de la Reciprocidad, a través del trabajo. Los empleados dan a la empresa su trabajo, un instrumento transitorio que les posibilita obtener lo necesario para sus vidas terrenas. El dinero nada más es que un medio para facilitar el dar y el recibir en la materia física.
Así, tan simple, deberían ser las relaciones de trabajo. Cada cual dando su contribución de acuerdo con sus propias capacitaciones, obtenidas según el camino de desarrollo seguido durante la existencia. Todas, sin embargo, teniendo como objetivo máximo de vida el perfeccionamiento espiritual, a través del pleno reconocimiento de las leyes de la Creación y el sabio sometimiento voluntario a estas, para lo que la vida terrena se constituye en una escuela imprescindible. Si, porque el verdadero lucro advenido de un trabajo, así como en todo lo demás, son las vivencias proporcionadas al espíritu humano durante su realización, dado que únicamente estas lo hacen madurar y ascender. La remuneración por el trabajo ejecutado solo es de utilidad aquí en la Tierra, pero las vivencias adquiridas por una persona durante su consecución siguen junto con ella para el Más Allá, como legitimo substrato de su existencia, como verdadero tesoro de su alma.
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