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El genuino poder de la verdadera mujer está en la gracia, no en la seducción. Una gracia que encanta y despierta en el hombre el deseo de protección. Gracia que evoca el anhelo por todo cuanto es noble, que revigora el alma y estimula el espíritu a su más pleno desarrollo. Gracia que trae la nostalgia de mundos luminosos, ya ha mucho tiempo perdidos.