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El arte verdadero, incluso el más simple, es generalmente una exteriorización de la belleza interior, porque él brota del alma, del movimiento del espíritu, y no de las neuronas cerebrales.
En el arte genuino, el raciocinio funciona apenas como un instrumento del espíritu, y no como quien todo decide y determina. Por cierto, tal como debería ocurrir siempre, en todos los actos, palabras y pensamientos del ser humano, que es esencialmente un ente espiritual.