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Una crítica áspera y destructiva, desprovista de amor, puede herir muy gravemente un alma, como si fuera una cuchilla afilada. Ya una palabra severa, pero dicha con la intención de auxiliar y envuelta en amor auxiliador, penetra en el alma aún más profundamente, pero con suavidad y levedad, sin herirla. Al contrario, puede en este caso ayudar hasta a cicatrizar heridas previamente existentes.