Reading time: 6 minutes
La parábola del hijo pródigo presenta una amplitud inmensa, generalmente no reconocida. El texto transmitido por el Hijo de Dios sintetiza toda la saga humana. Muestra el inicio del desarrollo de la criatura ‘ser humano’, inicialmente sin mácula, después cuando peca y, por fin, la posibilidad de su redención.
El hijo más joven requisita los bienes que le corresponden y parte para lejos. Esa imagen muestra la salida del germen espiritual humano del Paraíso, que trae consigo todas las dádivas para que broten en la materialidad, “una tierra lejana” (Lc15:13), con la finalidad de obtener la autoconciencia a través de vivencias y retornar al Paraíso como espíritu plenamente maduro.
En el Paraíso hay seres espirituales creados, que siempre pudieron permanecer por allá, sin antes tener la necesidad de bajar hasta los mundos de la materialidad con la finalidad de desarrollarse y madurar. Estos seres creados son simbolizados por el otro hijo, el más viejo, que siempre vivió en la Casa del Padre.
El hijo más joven representa los gérmenes espirituales humanos, que tal como las simientes terrenas necesitan crecer y desarrollarse mediante estímulos exteriores, que solo son encontrados en el gran campo de cultivo de la materia. Las vivencias en la Tierra actúan sobre esos gérmenes como actúan el Sol y la lluvia sobre las simientes de las plantas. Así como una pequeña simiente trae en sí la capacidad de transformarse en un árbol frondoso, mediante las influencias climáticas que actúan continuamente sobre ella, también el germen espiritual humano, mediante las vivencias adquiridas en múltiples vidas terrenas, tiene el anhelo de transformarse en un ser espiritual completo, autoconsciente, listo para dar frutos en abundancia allá en la patria espiritual de donde había salido, el Paraíso.
La perspectiva de que el proceso ocurra de esa manera normal es dada por las facultades inherentes al germen espiritual – “los bienes que le corresponden” mencionados en la parábola. Sin embargo, el relato muestra que el germen espiritual plantado aquí en la materia no aprovechó esas sus capacidades inherentes en el sentido correcto, o sea, no evolucionó espiritualmente como había sido previsto. Por el contrario, él “desperdició todos sus bienes”, prefiriendo “vivir perdidamente”, o sea, no desarrolló las facultades espirituales que traía consigo, antes dio valor apenas a las cosas materiales, perecibles.
Por causa de esa negligencia, de ese pecado, él tuvo que experimentar grandes penurias, efectos retroactivos de su mal proceder y de otros como él – “la gran hambre” que vino a aquel país. Entonces, él pasó a “apacentar cerdos”, en una actividad ínfima comparada a la misión destinada al espíritu humano en la Creación. En ese punto, el hijo nada más deseaba sino saciarse con las “algarrobas (vainas de algarrobera) que los cerdos comían”.
Sin embargo, todo ese sufrimiento acabó despertando en él una inmensa nostalgia de la Casa del Padre, donde incluso los trabajadores “tienen abundancia de pan”. En el reino espiritual solo existe alegría, permanentemente disfrutada por los servidores que allá se encuentran, en un permanente dar y recibir. Todos disfrutan de abundancia, pues la miseria es el resultado únicamente del pecado, y este no puede medrar allá. Solo en regiones muy alejadas del reino espiritual, como es el caso del plano material de la Creación, es posible la ocurrencia de una falla consciente de una criatura, el pecado, una culpa que trae como consecuencia inevitable el dolor y el sufrimiento. Los instrumentos que provocan ese sufrimiento pueden presentarse de múltiples formas, pero la culpa real es siempre de aquel mismo que fue alcanzado por él.
Entonces, el hijo más joven “volvió en sí”, o como dice muy apropiadamente el original griego de la parábola: “entró en sí mismo”. Reconoce su error – “he pecado contra el cielo y contra ti”, él pide perdón al padre y se dice indigno de aún ser considerado su hijo. Pero, en ese reconocimiento está implícita la firme resolución de no más actuar de aquella manera errada, de esforzarse en actuar de manera correcta de ahí en adelante, según la voluntad del padre. Por eso, y apenas por eso, el padre lo perdona y lo cubre de gracias, pues su hijo “muerto era, y ha revivido”, “se había perdido y fue hallado”. En otras palabras, el hijo estaba a punto de sufrir la muerte espiritual, pero resucitó a tiempo para la vida eterna. Su ropa nueva, el anillo y las sandalias, indican que su alma (la vestimenta del espíritu) ya habrá sido completamente purificada cuando esté a punto de entrar en el reino espiritual. Con eso, el hijo comprobó, por experiencia propia, que “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos14:22).
El ser humano que está a punto de perderse en la materia, debido a los errores en él adheridos, pero que en un determinado momento vuelve a direccionar su sintonización interior para un albo elevado, equivale al hijo que toma la resolución de volver para la Casa del Padre. Así, se observa que el sufrimiento también puede ser una bendición, si consigue llevar la persona alcanzada por él a modificar su modo errado de vida hasta entonces. De hecho, muchas veces solo en las dificultades, resultantes de la Ley de la Reciprocidad, es que el ser humano vuelve a direccionar su interior en el sentido correcto.
Y después de que “él mismo” haya ascendido hasta la Casa del Padre, por tanto, por esfuerzo propio, la llegada de ese hijo que se había perdido será motivo de gran regocijo entre los habitantes del reino de los cielos. Es una alegría que se renueva a cada hijo pródigo que encuentra, finalmente, el camino de vuelta a casa, tal como aclara Abdrushin en su obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial:
(Conozca la literatura del Grial publicada por la Ordem do Graal na Terra. Ingrese a: http://bit.ly/1u52cG0).