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Pretender pasar por penurias o soportar dolores físicos, a cambio de la realización de algún deseo, es algo absolutamente indigno de un ser humano que desea evolucionar espiritualmente. Si una persona siente, en su alma, el impulso de hacer una promesa a su Dios, entonces debe prometer, básicamente, esforzarse en mejorar en todo, buscando mantener su voluntad interior siempre pura, cuidando también de sus palabras, pensamientos y acciones. Debe prometer y cumplir, porque solo así su promesa tendrá valor, y solamente así podrá también cosechar buenos frutos en la ley de la reciprocidad. Quien promete, se compromete (http://bit.ly/1WgQVBB).
La persona que se empeña en mejorar, de algún modo muestra humildad y buena voluntad, al paso que aquella que se obliga a sufrir dolores y privaciones demuestra ilimitada vanidad y presunción. La primera prueba respeto por la Voluntad del Todopoderoso, mientras que la segunda demuestra menosprecio, suponiendo, en su imaginación pueril, poder mercadear de algún modo con ella.