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No solamente colosales, más las dos mayores tragedias de toda la saga humana. Podríamos decir también los dos mayores pecados de todos los tiempos: el original y el hereditario. Fueron ellos, en última instancia, que propiciaron la formación del caos en que se encuentra hoy sumergido el mundo entero.
El pecado original fue un largo proceso en la historia de la humanidad y constituyó en la elevación del raciocinio – simple instrumento para la efectuación en la materia de la voluntad espiritual – a la posición de señor absoluto que todo decide y al cual todo se somete. El génesis muestra eso figuradamente con la imagen de la desobediencia de la pareja primordial, que menosprecia las directrices del Creador y prueba del fruto del “árbol del conocimiento” (http://bit.ly/1X9JPy5), deleitándose con él.
Fue la mujer la primera a ser seducida por el fulgor de los frutos del raciocinio: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar entendimiento” (Gn3:6). Eso, sin embargo, no disminuye la culpa del hombre, pues al aceptar la fruta ofrecida por la compañera él demostró que concordaba con el procedimiento femenino de llamar la atención sobre sí, no más debido a sus elevados dotes espirituales, pero si por sus atractivos corpóreos, tal como exigía el raciocinio dominante.
A partir de entonces las decisiones racionales, disociadas de la intuición espiritual, pasaron a gobernar los destinos humanos. El pecado había entrado en el mundo, en la Creación material, y con él la posibilidad real de muerte. No la muerte terrena, que es un acontecimiento natural y siempre será, más la muerte espiritual, la eterna, la “segunda muerte” (Ap.20:14; 21:8), que es el “pago del pecado” (Rm6:23).
Con el raciocinio dirigiendo todo y decidiendo todo, robusteciéndose cada vez más, el espíritu se fue tornando cada vez más débil, porque no conseguía más contraponerse a la tiránica voluntad de su hermano, que solo veía valor en las cosas materiales. Esa imagen también es transmitida en la Biblia con la narrativa de Caín y Abel (http://bit.ly/28QPLZ2).
Esa situación acabó provocando el surgimiento del pecado hereditario, como consecuencia natural, por efecto de la ley del movimiento. Se trata de la paulatina hipertrofia del cerebro, que hace con que cada niño ya traiga, como herencia, el peligro de someterse totalmente al raciocinio cuando su espíritu despierta para la actuación en la Tierra. El efecto de eso en la mayoría de los jóvenes de hoy es el completo alejamiento en relación a su indispensable desarrollo espiritual. El intelecto cultivado exageradamente provocó, pues, a lo largo de milenios, el crecimiento desmesurado del cerebro y, también, como resultado, la atrofia del instrumento disponible para la recepción de las impresiones del espíritu: el cerebelo (http://bit.ly/24DlyX9).
Esas dos tragedias humanas, la original y la hereditaria, constituyeron el punto de partida para todos los males que asolan la humanidad en la era moderna.
¿Y cómo revertir esa calamidad?… El primer paso para conseguir una mejoría consiste en “invertir las luces”, conforme aclara Abdruschin en su obra: “En la Luz de la Verdad” (http://bit.ly/1MHAGFb). Esa necesaria inversión – no más tan simple ni tan fácil al ser humano de los tiempos actuales – consiste en remover el raciocinio del trono usurpado y forzarlo a ocupar el lugar que le corresponde, el de un simple ejecutor, al mismo tiempo en que se conduce el espíritu nuevamente a la posición más elevada que siempre le correspondió: la de dirigente.
La seriedad y el empeño en proceder a esa tan imprescindible inversión de luces atestiguan el valor que el ser humano despierto da a la evolución de su propio espíritu, y también constituyen una medida directa del aprecio que él devota a la Voluntad de su Creador, a Quien debe la existencia.
(Conozca la literatura del Grial publicada por la Ordem do Graal na Terra.
Ingrese a: http://bit.ly/1XjNebF.)