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Un fenómeno que viene llamando la atención hace ya tiempos, con muchos pros y contras, apoyos y ataques, es el de ocurrencia de curaciones de enfermedades, denominadas milagros, que ocurren indistintamente durante prácticas religiosas cristianas y no cristianas.
Propiamente dicho, no se trata de un fenómeno nuevo. La Iglesia Católica, por ejemplo, contabiliza innúmeros registros de curaciones inexplicables por la ciencia médica, a lo largo de siglos. Y los criterios para establecer cuáles de esas curaciones pueden, de hecho, ser consideradas milagrosas, son bastante rigurosos en esa institución. De otro lado, varias otras vertientes religiosas, conocidas o no presentan igualmente sus múltiples casos de curaciones de males físicos y anímicos.
Toda esa diversidad muestra que los beneficios o gracias obtenidos por los respectivos adeptos no son exclusivos de una bien determinada religión.
Sin considerar eventuales casos de fraudes, que ocurren en todos los campos de la actividad humana, lo que aquí acontece es lo siguiente: Auxilios verdaderos están siempre a disposición de una persona dentro de la Creación, desde que ella abra adecuadamente su alma para recibirlos. Y la llave para esa abertura del alma es, principalmente, la humildad.
Humildad genuina, sin embargo, suele brotar con fuerza en un alma que está sufriendo mucho, sea debido al propio dolor o al sufrimiento experimentado por un ente querido. Con esa disposición íntima adecuada, que aleja para lejos las futilidades cotidianas, el auxilio puede realmente llegar directamente hasta la persona sufridora, o para otra que, por medio de aquella, haya recibido una oración sincera de intercesión. En ambos casos, la condición para la efectuación de la ayuda es que el propio suelo, o sea, el alma humana, se encuentre en un estado que permita el anclaje del auxilio, el cual puede, sin duda minorar o incluso eliminar el sufrimiento.
El auxilio es, por tanto, real, verdadero. Sí, él existe, está previsto en la Voluntad del Creador y se encuentra siempre a disposición de la criatura humana. Pero, como en todo, depende únicamente de ella propia abrir para sí la posibilidad de obtenerlo y, principalmente, de conservarlo consigo. Con relación a Jesús el proceso era diferente, porque él mismo era la fuerza desencadenadora de milagros (http://bit.ly/1TNyEs8).
Tal auxilio, o gracia, de quien recibe una curación tomada como milagrosa, será sin embargo, de poca duración, si antes, no haya ocurrido un cambio sustancial y profundo en el alma humana, o sea, si ella no haya de hecho procedido a una purificación rigurosa y permanente de sí mismo. En esos casos, el pretendido milagro no perdurará.
Y no habrá sido por falta de fe del agraciado, que permitió la “anulación de la bendición” por una “entidad maligna” o algo semejante. La propia alma humana es que no fue suficientemente sincera ni perseverante en el cambio de su sintonía interior. También aquí la responsabilidad final por el éxito o por el fracaso de lo que alcanza el individuo está únicamente en las manos de él mismo.
(Conozca la literatura del Grial publicada por la Ordem do Graal na Terra. Ingrese a: http://bit.ly/1XjNebF).