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Además de la generación de formas de intuiciones y de pensamientos, hay otro modo de actuación del ser humano aquí en la Tierra que es muy poco considerada, y hasta poco conocida. Se trata del aura o corona de irradiaciones que circunda a cada uno de nosotros. Esa corona es formada por la mezcla de las irradiaciones producidas por los envoltorios del espíritu, condicionadas por el núcleo impulsador espiritual.
Los envoltorios materiales emiten irradiaciones que se mezclan. Y esa mezcla de irradiaciones constituye, entonces, el aura de cada individuo.
En el Mensaje del Grial de Abdruschin, podemos leer:
“Como ya he dicho, las distintas especies de la materialidad no pueden mezclarse, pero sí ligarse y relacionarse de múltiples maneras mediante la sustancialidad. Esas ligazones y relaciones constituyen fuentes de calor y de irradiaciones. Cada una de las especies materiales genera una irradiación determinada y propia, la cual se mezcla con las irradiaciones de otras especies relacionadas con ella, formando así, en conjunto, una corona radiante, ya conocida en nuestros días, que es designada con el nombre de emanación o, también, irradiación”.
El aura, emanación, o corona de irradiaciones, fue inicialmente denominada de “Od” por su descubridor, el investigador alemán Carl von Reichenbach, en el año de 1845. Reichenbach decía que “Od” es una fuerza vital que rodea las plantas, los animales y los seres humanos. Todo muy natural, sin nada de místico o de oculto. Él registró sus descubiertas en el libro “The Odic Force”. Infelizmente, como casi siempre acontece con descubrimientos útiles, Reichenbach fue ridiculizado e ignorado por la comunidad científica de su tiempo.
La importancia de la corona de irradiaciones puede ser evaluada por los aclaramientos adicionales que Abdruschin fornece en el Mensaje del Grial:
“La mezcla de irradiaciones es, pues, de una importancia mucho más grande que la asignada por la humanidad en las investigaciones efectuadas hasta ahora. De su verdadero cometido no se ha llegado a concebir ni siquiera la décima parte.
La constitución de la corona radiante es lo que determina la intensidad de las ondas encargadas de recoger las vibraciones emanadas del sistema radiante del universo entero.
(…)
Según la forma en que el ser humano, es decir, el espíritu, desarrolle y domine los colores de sus propias irradiaciones, así ajustará sus ondas — como un receptor de radio — y captará del universo los colores correspondientes. En lugar de ‘captar’ se puede decir también ‘atraer’, es decir, entrar en funciones la fuerza de atracción de las afinidades. El proceso sigue siendo el mismo cualquiera que sea el nombre que se le asigne. Los colores no designan más que la especie, y la especie determina el color”.
Por consiguiente, es el espíritu que, en última instancia, desarrolla y rige los colores de sus propias irradiaciones. Las irradiaciones del aura humana no solo captan irradiaciones de especies afines que atraviesan el Universo como contribuyen, ellas mismas, para la fuerza de esas irradiaciones. De ese modo, cada uno coopera para la belleza del mundo (o la falta de ella) de un modo doble: por las irradiaciones de su voluntad consciente, en la forma de palabras, pensamientos e intuiciones, y por la mezcla de las irradiaciones de los envoltorios de su espíritu, su aura, la cual también actúa como un escudo protector.
¡En este proceso se reconoce, incluso, la actuación de la Ley del Equilibrio, el permanente dar y recibir de las criaturas que viven dentro de las irradiaciones del Universo, pues no solamente captamos como también emitimos irradiaciones!
Lo más importante es que tengamos consciencia de que el tipo de la mezcla resultante de las irradiaciones de nuestra aura está enteramente en nuestras manos. Depende únicamente de nosotros mismos, de nuestra actuación. Con relación a las irradiaciones del cuerpo físico, debemos cuidar de la alimentación adecuada, del necesario movimiento y descanso. Con relación a las irradiaciones de los envoltorios más externos del espíritu – los cuales llamamos de “alma” – ellas estarán en exacta concordancia con el estado purificado o no de la propia alma. Y el alma será tanto más pura y luminosa cuanto más fuerte sea la voluntad espiritual en actuar siempre en el sentido del bien. Sobre eso, ya decía el gran sabio Pelagio, en el siglo IV: “Cada cristiano tiene que ser el maestro artesano de su propia alma”.
El aura es, por tanto, un retrato muy completo de nuestra condición actual, ya que es formada por la mezcla de irradiaciones del cuerpo y del alma. Cuanto más puros y luminosos sean los colores del aura, tanto más irrestricta e incondicionalmente estará viviendo el respectivo ser humano dentro de las leyes universales, lo que solo redundará en provecho de él mismo y de su ambiente.
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