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Los que tienen algún conocimiento del funcionamiento de las, así llamadas, leyes de la Creación, en especial de la Ley de la Reciprocidad o Ley del Retorno, no se quedan perplejos ni aterrorizados con lo que está pasando en el mundo actualmente, pues saben que se trata de la cosecha inevitable de la muchas malas siembras plantadas por la propia criatura humana en tiempos idos.
Tal vez, pueden, quedarse algo espantados con la cantidad e intensidad de los efectos retroactivos que, en la época actual alcanzan a la humanidad como un todo y a las personas individualmente, sea en la política, en la economía, en las catástrofes climáticas, en la irrupción y recrudecimiento de enfermedades, en el incremento de la pobreza y de la miseria, y tanta, tanta cosa más, siempre bajo la forma de sufrimiento generalizado.
Lo que tal vez no sepan es que la intensidad de esos efectos nefastos podría haber sido atenuada si el ser humano hubiese cambiado aún a tiempo su modo de ser. Caso él hubiese permitido que la buena voluntad germinase poco a poco dentro de sí, entonces los malos efectos de siembras pasadas no necesitarían alcanzarlo con tanto rigor. Eso vale tanto para las personas individualmente, como agrupamientos, pueblos, y, por fin, a toda la humanidad.
Sin embargo, como casi la totalidad de los seres humanos terrenos continuó a abrir las puertas de sus almas para el mal, para las tinieblas, a pesar de las inúmeras exhortaciones que a ellos llegaron de la Luz, a lo largo de milenios, para que cambiasen su modo de ser, entonces los efectos de la Ley de la Reciprocidad tienen que alcanzarlos en el tiempo presente con amplitud máxima. No pudieron y no pueden ser ablandados. Como siempre, la decisión para eso correspondió a los propios seres humanos, dado que disponen de libre albedrío.
Abdruschin dice lo siguiente en su obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial (https://mensaje-del-grial.org):
“Ahora bien: en manos del hombre está, según el género de su voluntad, ir al encuentro de la Luz o de la Oscuridad, abriendo las puertas y allanando los caminos para que una u otra inunde la Tierra. El hombre mismo, mediante la fuerza de su voluntad, constituye el pedestal capaz de dar apoyo a la Luz o a las Tinieblas para, desde allí, actuar más o menos intensamente.
Cuanto mayor sea el poder que la Luz o la Oscuridad adquieran sobre la Tierra, tanto más será colmada la humanidad de lo que una u otra aporta: el bien o el mal, salud o miseria, bienaventuranza o desgracia, paz paradisiaca o infernales tormentos”.
Que ahora toda persona herida por tormentos infernales sepa, que esos son los frutos de la displicencia y terquedad de ella misma, que fue ella misma quien concedió la fuerza para un tal desencadenamiento. Esa constatación es fundamental, pues el reconocimiento de la responsabilidad personal en todo lo que nos alcanza, implacable y abarcador, es una etapa indispensable para la liberación de todo mal adherido a nuestra alma.
Que ese dolor inmenso pueda, entonces, servir de estímulo para que ella, finalmente se modifique, para que cambie de modo radical su modo de ser, pasando a emitir a partir de ahí solamente cosas buenas con sus sentimientos, sus palabras, sus pensamientos y sus acciones, atestiguando de ese modo, aunque sea en hora tardía, una vida enteramente renovada, en estricta conformidad con la Voluntad de nuestro Creador. De ese modo, la libertad de espíritu y la salvación la alcanzará, conforme asevera nuevamente Abdruschin en su Mensaje del Grial:
“Sabéis que se trata de sufrir las consecuencias de la culpa que habéis echado sobre vuestros hombros voluntariamente, ya que nadie os obligó a ello. Si a través de mis palabras, en medio de vuestro sufrimiento, llegáis a reconocer, y si a la vez surge en vosotros un ardiente anhelo de Luz y Pureza, manifestándose en forma de una humilde plegaria, entonces podréis ser salvados del naufragio; pues el Amor de Dios permanece vigilante”.
Roberto C. P. Junior
(instagram.com/robpucci/)
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