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Hasta ahora, bastante gente. Y quien no tiene, debería tener. O, por lo menos incomodarse. O, por lo menos, interesarse por lo que está pasando.
Recientemente, una de las principales empresas chinas de software sustituyó el CEO por una joven generada por IA. La nueva CEO solo necesitó de algunos meses para aprender todos los métodos de gestión de los principales CEOs del mundo en la área. Después del anuncio de la nueva ocupante del cargo máximo, las acciones de la empresa subieron 10%.
¿Quién puede juzgarse seguro, en su empleo “estable”, después de tal evento?
Pero los ejemplos se multiplican. Cada vez más, la IA consigue diagnosticar enfermedades con mayor precisión que los mejores médicos. En la ciencia del Derecho, ella consigue obtener argumentos jurídicos y conocimiento de jurisprudencias con más eficacia que el mejor abogado. En las artes, ella hace surgir hermosos cuadros y hasta canciones inspiradoras, además de romances inéditos muy bien elaborados. Aquí, en Brasil, un proyecto de ley fue integralmente elaborado por IA. En el ramo de doblaje, ella ya consigue utilizar el mismo timbre y tono de voz de los actores originales y, aún, sincronizar las palabras de los otros idiomas con el movimiento de los labios. Y así sucesivamente. Y hay más por venir.
Pero… ¿será que realmente toda la gente necesita temer esa caja de Pandora tecnológica? Veamos el caso de la Medicina. Ciertamente todos nosotros ya conocemos médicos que ejercen sus actividades como meros autómatas. En las consultas, apenas miran para el paciente, y se limitan a prescribir una serie de exámenes. Años atrás, una consulta con tales “especialistas” podría ser hecha tranquilamente por e-mail, en una especie de telemedicina jurásica. Ese tipo de doctor debe, realmente, preocuparse con la nueva autoridad en el arte de curar.
Sin embargo, aquel médico que mira hacia el paciente delante de él con interés genuino y voluntad de auxiliar, con el alma plena de amor, no necesita preocuparse. Él es y será siempre insustituible. Solo él es capaz de sentir intuitivamente lo que se encuentra en el interior de su paciente, y, además de los medicamentos y procedimientos prescritos, dar también una palabra que auxilie verdaderamente, que ayude a minorar el sufrimiento de su prójimo que está ahí tan cerca de él.
El abogado y el juez que se atienen exclusivamente a la “letra de la ley”, sin llevar en cuenta los matices específicos de cada caso con los que se encuentran, pueden, lógicamente, comenzar a preocuparse. Ya aquel profesional del Derecho que coloca la justicia en un nivel superior al de la legalidad, puede quedarse tranquilo. Nunca le faltará trabajo.
El artista que elabora sus trabajos de dibujo, pintura, escultura, música, escrita, doblaje, y todo lo demás, exclusivamente con el auxilio de sus neuronas, debe, realmente, quedarse muy preocupado. Ya aquel que coloca en sus trabajos lo que está en su alma, lo que su espíritu le dicta…, ese puede dormir tranquilo. La IA, por ejemplo, consigue elaborar una historia muy buena partiendo del cero, pero falla fragorosamente al intentar insertar en el texto los matices de estilo específicos de un autor. Escritores que ya participaron de esa experiencia confirmaron, aliviados, esa laguna infranqueable.
Ahora dirán: “¡Ah, pero eso vale solo para las áreas humanas y biológicas, no para la de las exactas! Un arquitecto o ingeniero, que solo hace uso de su intelecto, siempre podrá ser sustituido por la IA. ¡Es cuestión de tiempo!” Es verdad, pero incluso en ese caso, hay una diferencia crucial. En todas las profesiones es posible, efectivamente, espiritualizar el trabajo en cierta medida. Hacer con que el resultado de la actividad profesional traiga más provechos que su mera conclusión material, con base en directrices predeterminadas.
Ejemplo: Un ingeniero “graduado” por la IA puede concluir un proyecto con perfección, cumpliendo todas las normas y requisitos aplicables, con base en la solicitación inicial. Un ingeniero humano, a su vez, aplicado y responsable puede hacer la misma cosa, sin embargo, solo él estará en condiciones de sugerir algún cambio o mejoría basado en las historia y anhelos no manifestados de quien lo contrató. Solo él podrá, en una reunión, cara a cara, sentir lo que se encuentra en el alma de su contratante y, con base en eso, sugerir y tomar decisiones específicas en el trabajo en curso. Al hacer uso de su intuición, él podrá entregar algo que será de mucho más valor que el ingeniero robot.
Por cierto, si preguntamos al Chat GPT si podremos confiar en la intuición, él saldrá por la tangente y dirá: “La intuición puede ser una herramienta poderosa, pues, muchas veces se basa en experiencias y conocimientos subconscientes. Sin embargo, es importante combinarla con análisis racional y verificación de los hechos, pues confiar ciegamente en la intuición puede llevar a errores.” El famoso icono de la IA se equivoca aquí en dos afirmaciones: la intuición no se basa en experiencias y conocimientos subconscientes, sino que es la propia voz del espíritu, que indica con clareza la dirección a seguir cuando no está obliterada por el raciocinio calculador. Y justamente intentar regular la intuición con “análisis racional” es lo que puede llevar a errores. Ahora, si preguntamos si la intuición es importante para la evolución espiritual, él nuevamente va a estar de acuerdo, pero ya añadiendo ser “esencial equilibrar la intuición con discernimiento y reflexión consciente”, o sea, pasarla nuevamente por la criba del raciocinio, exactamente lo que no debe ser hecho por el espíritu humano que busca evolucionar aquí en la Tierra.
En suma, seres humanos vivos, que buscan aprovechar su tiempo de peregrinación aquí en el planeta para desarrollar sus espíritus y embellecer la vida de su prójimo, nunca necesitarán temer la IA. Al contrario, van a utilizarla con sabiduría y discernimiento para facilitar la obtención de todos sus nobles objetivos, como una mera herramienta que ella realmente es. Por cierto, tal como hacen uso de su propio raciocinio, también como una sencilla herramienta en las manos de su yo interior, el espíritu.
Roberto C. P. Junior
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