LA ECLOSIÓN

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Nota Introductoria

En este ensayo, todos los trechos en destaque fueron extraídos de la obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial de Abdruschin. Los trechos retirados del Mensaje no tienen la finalidad de ilustrar el texto, sino que pasa lo contrario: ellos fueron colectados y organizados con el fin de evidenciar que el presente ensayo se encuentra en conformidad con las enseñanzas contenidas en la obra de Abdruschin.

Siempre que se menciona la palabra “conferencia”, el autor está refiriéndose al Mensaje del Grial. Al final de los trechos destacados aparece el respectivo título de la conferencia entre paréntesis.

 

A eclosão

Vivinos en el tiempo de Juicio Final, y en su última etapa. En esta época tan seria, todo lo que estaba escondido en el alma humana viene a la superficie, para que se muestre como realmente es. Este proceso es explicado con riqueza de detalles en la conferencia: “¡Es Preciso que todo lo que está muerto en la Creación sea despertado para que se Juzgue!” El primer parágrafo ya aclara el real sentido del concepto de resurrección de los muerto en el Juicio:

“¡Juicio Final! Toda profecía a tal respecto anuncia la resurrección de todos los muertos para el Juicio definitivo. Pero también en el significado de tal expresión han introducido los hombres un error; pues no debe decirse: resurrección de todos los muertos, sino ¡resurrección de todo lo muerto! Lo que significa: ¡Animación de todo lo que está sin movimiento en la Creación, de forma que todo cobre vida para el Juicio de Dios y sea fortificado o exterminado por su propia actividad!”

Abdruschin habla ahí de la vivificación de todo cuanto se encuentra sin movimiento en la Creación, como uno de los efectos del proceso del Juicio en curso. El Juicio Final, o Juzgamiento Final, es el período de tiempo en que se da la rendición de cuentas de como el espíritu humano utilizó el tiempo a él concedido para su desarrollo en la Tierra y en los mundos fino materiales del Más Allá. Es la época de la resurrección. Resurrección significa “resurgir”. De esta forma, todo lo que está escondido en el alma humana, aparentemente durmiendo, aparentemente muerto, resurgirá ahora para la vida debido al movimiento aumentado impuesto por el proceso del Juicio.

El Movimiento, por cierto, es una ley fundamental del Universo. Únicamente aquello que se conserva en continuo movimiento puede, de hecho, conservarse, es decir, mantenerse, permanecer existiendo y produciendo efectos. Si una persona quiere conservarse sana de cuerpo y alma, tiene, pues, que moverse terrenal y espiritualmente. De lo contrario, atraerá para sí la enfermedad y la muerte, como consecuencia natural de todo cuanto permanece estancado en la Creación. Lo que vale para el cuerpo físico vale para el espíritu, pues se trata de la misma ley que exige movimiento continuo de la criatura humana.

La propia Creación material no puede prescindir del movimiento. Ella misma solo se mantiene y se desarrolla porque permanece en un movimiento continuo, en un ciclo eterno de formación y descomposición, de fructificación y cosecha.

Cierta vez, Jesús exhortó a sus oyentes y seguidores: “Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá.” (Mt.7:7; Lc.11:9). No es difícil reconocer que la enseñanza principal ahí es, justamente, la del movimiento. El Hijo de Dios estimula a los seres humanos a moverse para conseguir lo que necesitan y anhelan.

Solo con el movimiento permanente el espíritu humano se fortalece y progresa. La utilización permanente de alguna cosa, cualquier cosa, es fundamental para el desarrollo y la mantención de la funcionalidad. Un pianista que reconoció los efectos de la ley del movimiento sintetizó de esta forma las consecuencias de su no observancia: “Si dejo pasar un día sin tocar, yo lo noto; dos días, mis amigos lo notan; una semana, y todo el mundo lo nota.”

El proceso del Juicio Final provoca, pues, un movimiento más intenso de todo, una aceleración de todo, tanto en eventos planetarios como en el interior de cada ser humano. Se asemeja al calentamiento del agua para cocinar, la cual comienza a moverse cada vez más rápidamente debido a la fuente de calor externo, hasta que llegue a la ebullición. En el punto de ebullición, toda y cualquier suciedad que por ventura estaba depositada en el fondo de la olla, será arrancada y llevada hacia la superficie, de modo que se tornará plenamente visible y reconocible. En el punto en que hierbe, hasta la suciedad más escondida viene a la superficie.

Para que comprendamos como ese movimiento acelerado alcanza una persona aquí en la Tierra, en esta etapa final del Juicio, necesitamos asimilar dos conceptos básicos: las partes constitutivas de la criatura humana y el fenómeno de la reencarnación.

El ser humano terreno posee varias capas o cuerpos envolviendo su “yo”, pero los principales son dos: el cuerpo físico y un cuerpo de materia etérea, al cual llamamos de “alma”. El alma es la envoltura del espíritu, así como el cuerpo físico es la envoltura del alma. Solamente el espíritu es realmente vivo, al paso que las envolturas son solo vivificadas por la irradiación del espíritu.

El espíritu humano necesita incondicionalmente de esas dos envolturas básicas para poder hacerse valer plenamente aquí en la materia visible. Sin el cuerpo físico, es decir, sin la envoltura densa material más externa, él no podría actuar en el ambiente terreno de la misma especie.

Es como si alguien que desease investigar el fondo del océano para poder conocer lo que se encuentra en aquel ambiente. Para saber lo que existe en el fondo del mar tal persona necesita sumergirse hacia allá. Y, para tanto, no puede simplemente saltar en el agua, pero sí deberá primeramente vestir un traje apropiado, que la proteja de las bajas temperaturas. Y por encima del traje aún va una escafandra, que es una envoltura impermeable mucho más pesada, que le permitirá moverse en el ambiente acuático, más densa que el aire al cual está acostumbrada y de donde vino. De esta forma, bien aparatada, podrá bajar hasta el fondo del mar, caminar por ahí, aprender todo lo que necesita y, por fin, subir a la superficie, cuando entonces podrá desvestirse de las dos envolturas especiales que había utilizado en su bajada. Hasta que una nueva necesidad de aprendizaje la lleve a prepararse nuevamente para una nueva inmersión.

De la misma forma que esos trajes especiales de inmersión, ambas envolturas del espíritu humano, cuerpo y alma, también no tienen vida autónoma fuera de la Tierra y de los mundos que llamamos de Más Allá, pero son, como ya fue dicho, solo vivificadas por el espíritu, el único realmente vivo en el ser humano, aquello que sentimos nítidamente como siendo nuestro “yo”. Para que el espíritu humano pueda vivir e interactuar en la materialidad más densa, la cual funciona como una escuela para su necesaria madurez, él necesita, pues, revestirse de una envoltura adecuada a ese ambiente más denso, que es su cuerpo físico.

El cuerpo material no es, por tanto, el ser humano propiamente, pero apenas su vestimenta más externa, que, entretanto, tiene que ser conservada sana y vigorosa para que posibilite la adecuada actuación del espíritu. Estrictamente hablando, la criatura humana es, única y exclusivamente, el propio espíritu humano. Es tan solamente el espíritu que nos da la conciencia de la individualidad, el sentimiento que percibimos como siendo nuestro “yo”.

El “yo” espiritual se reencarna varias veces a lo largo de su existencia. La reencarnación no es por acaso una especie de doctrina o dogma. También no es una enseñanza mística o una creencia sin fundamento. La reencarnación es simplemente un hecho. Todos nosotros ya vivimos varias vidas aquí en la Tierra y también en el Más Allá, independientemente de nuestra aceptación o rechazo.

Por otro lado, la idea de una resurrección corpórea de personas físicamente muertas es una cosa imposible. El cuerpo terreno es formado de materia, y en razón de eso tendrá que permanecer siempre en el ámbito material del cual se originó, jamás pudiendo alcanzar otros planos de la Creación situados más arriba que él, los cuales son de especie y constitución completamente diferentes. Un resultado absolutamente natural y lógico de las leyes eternas, inmutables y perfectas.

Resurrección corpórea, a bien decir, se verifica en cada nacimiento terreno. Una resurrección “en la carne”, en virtud de la nueva vida que se inicia en la Tierra, y no una resurrección “de la carne”, pues el alma, la envoltura más etérea del espíritu, es siempre la misma, pudiendo presentarse más limpia o más sucia conforme vivió anteriormente el respectivo ser humano, lo que fatalmente se evidenciará en la nueva vida terrena. Lo que cambia en cada encarnación es únicamente el vestuario más externo o envoltura, denominado cuerpo humano, en un proceso que se repite varias veces pero que no es infinito, puesto que para todo hay un tiempo determinado, y así también para el desarrollo previsto para el espíritu. En el final de ese tiempo de desarrollo entonces hay un examen: el Juicio Final.

Durante el periodo concedido para su desarrollo, el espíritu humano repite el ciclo de muerte y renacimiento, de partir para el mundo del Más Allá y desde allá volver para una nueva encarnación, tal como fue descrito en el primer libro del profeta Samuel: “El Señor da muerte y da vida; hace bajar al Seol y hace subir.” (1Sm2:6).

Este ciclo de muerte y renacimiento en la materia no interrumpe la existencia de la criatura humana. Ella permanece viva y aprendiendo. La envoltura más etérea del espíritu, el alma, es siempre la misma durante varias reencarnaciones. Y esa alma muestra, con infalible seguridad, los errores y aciertos del espíritu humano en sus muchas vidas en el Más Acá y en el Más Allá. En ella se evidencian todos los errores y propensiones adquiridas, como también eventuales virtudes desarrolladas.

Las propensiones y virtudes obtenidas por el ser humano son resultado del rumbo que él da a su voluntad, a su querer interior, lo que se manifiesta por las correspondientes intuiciones, pensamientos y acciones. Esas actividades generan conformaciones de una materia más etérea, no visible a los ojos físicos, las cuales permanecen ligadas al autor mientras que perdure la dirección que él dio a su voluntad. Como están ligadas, ellas acaban trayendo de vuelta al autor todo lo que él mismo emitió, en una intensidad mucho más grande. A eso se le da el nombre de destino o karma.

Tales retornos de los productos de la voluntad humana pueden llevar bastante tiempo para que se efectúen en el alma, tal vez hasta varias vidas terrenas. Lo que el proceso del Juicio Final ocasiona es justamente una aceleración de eso, por la aumentada irradiación de la Luz, que sigue a través de esos filamentos formados por la actividad del querer humano. De esta forma, la respectiva alma será infaliblemente alcanzada en la medida exacta de lo que en ella está impreso, resultante del querer espiritual.

El revivir de las propensiones y virtudes del alma se da en la exacta proporción en que esas características estén arraigadas en el alma. Por eso, una persona que adquirió varias virtudes de manera consistente tendrá más facilidad en libertarse también de posibles errores adheridos a sí, porque en ella el bien es mucho más fuerte, predomina en una intensidad mucho más grande. En situación inversa, del mismo modo, el individuo tendrá más dificultad para librarse de sus propensiones, por culpa propia, puesto que, también dio guarida en sí, de manera esencialmente fuerte, a innumerables vicios y errores.

En ambos casos, tanto el mal como el bien impresos en el alma serán fortificados y puestos en mayor movimiento por la aumentada irradiación del Juicio. La llave para sobrevivir en el Juicio reside, por tanto, en direccionar la voluntad interior únicamente para el bien, para que este se torne predominante en el individuo, a pesar de la cantidad e intensidad de errores y propensiones también adheridas en el alma. El esfuerzo necesario para eso dependerá, por tanto, del grado de arraigo de las virtudes y propensiones adheridas al alma.

Veamos un ejemplo. Supongamos que dos personas están hoy conscientes de que necesitan moverse espiritualmente, de que necesitan esforzarse al máximo en el sentido del bien, porque comprendieron acertadamente como ocurre el proceso del Juicio Final. Supongamos aún que no obstante esa comprensión, ambas traigan en sí una cierta propensión a la envidia. La primera, sin embargo, presenta solo una leve inclinación para eso, al paso que su alma registra varias virtudes firmemente adquiridas. La segunda se encuentra en una situación opuesta: la envidia está firmemente arraigada en ella, está fuertemente impregnada en su alma, la cual prácticamente no muestra la consolidación de virtudes. En una situación pasible de desencadenar sentimientos envidiosos, la segunda tendrá, por consiguiente, que luchar mucho más intensamente a fin de no dejarse dominar por ellos y, consecuentemente, generar configuraciones tenebrosas de pensamientos e intuiciones correlacionadas a la envidia.

Si eventualmente el primer individuo ve su vecino en cualquier situación placentera, digamos… manejando un bello auto nuevo, podrá entonces sentir, para su sorpresa y decepción, un cierto incómodo. Y entonces se preguntará: “¿Por qué estoy incomodado con eso?… ¡No quiero y no debo entristecerme con el éxito de mi vecino!” Entonces activará su voluntad intuitiva en el sentido del bien, esforzándose en eso, dirigiendo de modo natural buenos pensamientos a su vecino, de modo que en breve quedará libre de aquel malestar. Si permanece en esa buena voluntad, estará feliz al constatar que, al contrario del primer sentimiento malo eclosionado, que le causó una desagradable sorpresa, estará ahora alegrándose con la alegría de su prójimo, y eso le traerá paz. La eclosión de aquel sentimiento inicial negativo, sin embargo, aunque débil, es un indicativo muy serio, pues es la prueba de que dejó crecer en su alma una propensión tenebrosa. Ese reconocimiento puede y debe fortalecer su voluntad interior únicamente para el bien, hasta que, en el futuro, cuando se encuentre con una situación semejante, entonces pueda constatar, con alegría, que no siente más ninguna envidia por algo bueno y bello que alcanzó a su semejante. Y eso será también una señal de que esta propensión se desprendió totalmente de su alma.

Para el segundo individuo, expuesto a la misma situación hipotética del vecino paseando en un auto nuevo, la situación será más difícil, pues no sentirá solo un leve incómodo, pero si una angustia mortal. Si él nada supiera de las leyes de la Creación, probablemente se dejaría envolver por tal sentimiento de envidia sin que note eso, y su propia voluntad oscura cuidaría de fortalecer aún más esa propensión anímica. En la secuencia, él generaría entonces conformaciones pavorosas con sus intuiciones y pensamientos envidiosos, y se hundiría espiritualmente cada vez más, por efecto de la ley de gravedad espiritual. Pero como habíamos supuesto que también este segundo individuo desea vivir correctamente, el desencadenamiento de un fuerte sentimiento de envidia dentro de sí irá requerir de él una contrapresión mucho más grande en dirección contraria, por tanto, un esfuerzo más grande para verse libre de eso. Tal contingencia es absolutamente justa, pues fue él mismo quien permitió que propensiones y vicios adhiriesen fuertemente a su alma, en especial la envidia, en varias vidas en el Más Acá y en el Más Allá. Ahora, él mismo es que necesita esforzarse en igual medida para verse libre de esos males. Sin embargo, si persevera en su buena voluntad, si no desanima, también será auxiliado por los efectos de las leyes de la Creación y podrá libertarse totalmente de la envidia, aunque con más dificultad que la primera persona de nuestro ejemplo.

Al buscar dar un nuevo direccionamiento a su voluntad, la que puede ser auxiliada mediante una oración sincera, esa segunda persona puede conectarse con las centrales de pensamientos altruistas y de amor al prójimo, y desde allá recibe un fortalecimiento gradual. Poco a poco, esas conexiones con centrales puras se fortalecerán y las conexiones con las centrales de envidia, celos, etc. se debilitarán, hasta desconectarse por completo de ella. Eso, sin embargo, no se dará de la noche para el día, pero requiere perseverancia de aquel que lucha por sí mismo en el Juicio.

El efecto de la irradiación aumentada del Juicio es, por tanto, el de hacer revivir lo que estaba “durmiendo” en el alma. En ese caso de la envidia, la propensión ya había sido fortalecida y tornada viva en ambos individuos considerados, de modo que bastó un leve estímulo, el auto nuevo del vecino, para que se evidenciase perceptiblemente. Pero podría ser también algo más simple, como un reloj bonito o un reluciente zapato ostentado por un conocido o incluso un extraño, o aún un viaje de vacaciones o un nuevo empleo de un pariente, no importa. Algo bueno que alcanzó un semejante desencadena de pronto la propensión ya fortalecida en el alma por las irradiaciones aumentadas del Juicio Universal.

En el caso de las virtudes ocurre la misma cosa. El deseo sincero en auxiliar el prójimo, por ejemplo, será fortalecido y se evidenciará más claramente en la persona que cultivó esa virtud dentro de sí. Y no solamente se tornará más fuerte, como también será traspasado de la más límpida intuición, de modo que esa ayuda solo se dará, realmente, en beneficio genuino de los semejantes. Sí, porque como todo lo que fue sometido a la voluntad humana en los últimos milenios, también el noble sentimiento de amor al prójimo fue desvirtuado y degradado, infelizmente.

¿En qué se transformó en los días de hoy el concepto del verdadero amor al prójimo?… Se tornó un amor complaciente, falso, pegajoso, direccionado apenas a anestesiar aquí y allí el dolor de quien erró, pero sin manifestar ningún interés en desvendar la causa real del sufrimiento, lo que infaliblemente fuerza el retorno de ese mismo dolor, siempre y siempre de nuevo. Se tornó un amor falso, unilateral. Una especie de amor listo a distribuir limosnas a los desvalidos, pero no sin antes sustraerles el tesoro de la dignidad; un amor que se apura en secar las lágrimas del sufridor, pero solo para que este pueda ver más claramente la sonrisa de su consolador. El actual “amor al prójimo” hasta puede proporcionar un alivio momentáneo, pero a un costo muy alto, a un precio demasiadamente caro: el de la infelicidad permanente.

Amor al prójimo no es eso, no puede ser eso. Amor, amor verdadero al prójimo es dar a él, antes de nada, aquello que de hecho le es útil, poco importando si eso le causa o no alguna alegría efémera. Es mostrar de forma clara, incluso hasta contundente si es necesario, los errores cometidos, los cuales siempre retornan al autor en la forma de sufrimientos intermitentes. Es amparar en la travesía del arduo camino del reconocimiento de las faltas y dar apoyo irrestricto a aquel que se esfuerza sinceramente en suplantar sus debilidades. Sí, porque únicamente el reconocimiento personal de la actuación errada, implacable y abarcadora, es capaz de llevar a alguien a cambiar su sintonización interior. Y tan solamente ese voluntario cambio de sintonía interior puede interrumpir de vez el ciclo aparentemente sin fin del sufrimiento continuo. El legítimo amor al prójimo nunca se mostrará desvinculado de la justa severidad.

Busquemos amar a nuestros semejantes según disponen las leyes de esta Creación, que requieren un amor legítimo, severo, que vise el bien del prójimo en sentido amplio, profundo, espiritual, y no direccionado solamente a la concesión de meros paliativos terrenos.

Aún hay otras posibilidades de reacción a la eclosión de propensiones que estaban durmiendo en el alma. Veamos dos grupos más: el de los malévolos y el de los indiferentes o “tibios”.

Malévolos son individuos alejados de la Luz ya hace mucho tiempo y que no tienen más anhelo por ella en sus corazones. Personas de ese tipo suelen nutrir varios defectos, y por regla general son egoístas, no importándoles causar daños a sus semejantes con vistas a alcanzar intereses personales, meramente terrenos. Sus pensamientos e intuiciones están siempre direccionados únicamente hacia sí mismas, para satisfacción de sus deseos, sus codicias e instintos. Exteriormente, sus palabras y acciones pueden hasta parecer correctas, pero solo con la intención de causar “una buena imagen” y conseguir buena reputación. Todo en ellas es fríamente calculado con antecedencia, sus planos son meticulosamente urdidos antes de ser puestos en acción. Ellas oyen única y exclusivamente las directrices de su raciocinio, y nada saben ni quieren saber de la intuición espiritual.

Todos los defectos, vicios y propensiones aferrados a las almas de esas criaturas también crecen ahora desmesuradamente dentro de ellas, por el incremento de las irradiaciones robustecidas del Juicio. De ese proceso, sin embargo, ellas no tienen conciencia y ni se dan cuenta. Tales individuos malos, intrínsecamente perversos, que no anhelan tornarse seres humanos mejores, no pueden percibir la densificación de las tinieblas en su interior, ya que ellos mismos están hundidos en ellas hace varias encarnaciones.

Continuarán alimentando sentimientos malos, cada vez más, y practicando actos en perjuicio de sus semejantes. Sus almas densas y oscurecidas se tornarán cada vez más pesadas, y con eso ellos se hundirán espiritualmente más y más como resultado de la ley de gravedad espiritual, sin darse cuenta de eso. De ese modo, ellos mismos imprimen en sí el cuño de cizaña, que tiene que ser lanzado fuera de la Creación, para que el trigo remaneciente pueda quedar finalmente libre de su influencia nefasta y diseminar las bendiciones que es capaz.

El grupo de los tibios o indolentes abarca personas no necesariamente malévolas, pero que se oponen inconscientemente a la ley del movimiento. También ellas no tienen más anhelo en mejorar como seres humanos. El mínimo empeño en ese sentido les parece un esfuerzo sobrehumano. La irradiación aumentada del Juicio, sin embargo, no admite medio término. Quien no se adapte, tendrá que quebrar, y querer mantenerse fuera del movimiento significa no adaptarse.

“Nada permanece hoy sin movimiento, porque la Fuerza viva que fluye ahora con mayor intensidad a través de toda la Creación urge, hace presión y obliga a todo a ponerse en movimiento. Con ella quedará reforzado incluso lo que hasta ahora reposaba o dormitaba. Todo es despertado, fortalecido, obligado a entrar en acción. En el despertar de esta actividad, todo se ve arrastrado, por así decirlo, hacia la Luz, incluyendo también lo que quería permanecer oculto. Se podría decir también, que todo se presenta por sí mismo ante la Luz, mostrándose necesariamente y sin poder continuar adormecido, esté donde esté. En el lenguaje popular: ¡Todo sale a relucir!”

“Es preciso que todo lo que está muerto en la Creación sea despertado para que se Juzgue – segundo parágrafo”

La conferencia “Es preciso que todo lo que está muerto en la Creación…” es seguida de la conferencia “El Libro de la Vida”. Hay una estrecha correlación entre las dos, como se puede constatar en este trecho de la segunda:

“Esas emisiones o irradiaciones atraviesan, pues, toda la Creación, pero con una intensidad nunca alcanzada hasta ahora.

¡Nada puede sustraerse a su acción! Y así es como el rayo del Poder divino alcanza a cada alma en la hora prevista, según la Ley de la actividad de la Creación.

Todo lo que el alma lleve aún consigo al ser alcanzada por el Rayo divino, completamente invisible para ella, tiene que revivir, manifestarse, traducirse en actos, de manera que, bajo la influencia de esa irradiación, complete su último ciclo, provocando su hundimiento o su ascensión.”

(El Libro de la Vida)

La conferencia “El Libro de la Vida” explica cómo se efectúa el proceso de la vivificación de todo lo que se encuentra impregnado en el alma, la resurrección de todo lo que se encuentra aparentemente muerto en ella. A eso se junta aún los retornos de Karma, trayendo de vuelta a cada uno todo lo que fue sembrado en esta vida y en otras pasadas y que aún no fue extinto por la ley de la reciprocidad.

Todo eso hace con que nos sintamos dentro de un torbellino continuo, sumergidos en las ondas de efectos recíprocos y del fortalecimiento de todas las propensiones adheridas a nuestras almas. En las situaciones en que nos vemos envueltos de manera aparentemente injusta, estamos, en realidad, cosechando siembras de tiempos idos, porque hoy todo es efecto retroactivo. Por eso, la vigilancia tiene que ser permanente. Vigilancia para que mantengamos nuestra voluntad siempre en el sentido del bien, pues inconformismos y rebeldías no solo acarrean nuevo karma a ser saldado, por la generación de formas negativas de pensamientos e intuiciones, como aún impiden el rescate del karma antiguo. El karma antiguo continuará vivo en esa situación, lanzando su reciprocidad siempre y siempre de nuevo sobre nosotros, reiteradamente, y cada vez más rápido en razón del proceso de aceleramiento del Juicio.

No significa con eso que debamos aceptar plácidamente, sin reacción, alguna real injusticia. No obstante, ataques maldadosos de personas poco limpias pueden ser deshechos hasta antes de que se efectúen en la materia si nuestra vigilancia, espiritual y terrena, es eficaz. Pero si, aun así, sufrimos un ataque, debemos hacer el uso inmediato de la intuición (no del sentimiento) a fin de saber si aquello es un mero atrito, común en los días de hoy, resultante de la vida en común de personas de especies y grado de madurez diferentes, o si es efectivamente un retorno de karma. En cualquier situación, sin embargo, la voluntad tiene que permanecer pura, direccionada siempre exclusivamente para el bien, para que no generemos malos pensamientos e intuiciones turbias. Pues no existen malos pensamientos justificados. Somos criaturas, y dentro de la obra de la Creación estamos envueltos por las Leyes que la sostienen. No podremos jamás desviarnos o deshacernos de la ley de la reciprocidad.

En ningún lugar de la Creación el ser humano puede ocultarse de la Justicia Divina. No existe ningún escondite para él. Como dice acertadamente el salmista que, aunque tuviésemos las “alas de la aurora” la mano del Señor nos alcanzaría: “Oh Señor, tú me has examinado y conocido. ¿Adónde me iré de tu espíritu? ¿Y adónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estas tú: Y si en abismo hiciere mi estrado, he aquí allí tú estás. Si tomare de las alas de la aurora, y habitare en el extremo del mar, allá también Tu mano me guía” (Sl139:1,7-10).

“Pues no podréis escapar a las leyes del efecto recíproco latentes en la creación. Aunque poseyeseis las alas de la aurora, la mano del Señor, de cuya Fuerza hacéis un uso tan deplorable, os alcanzaría mediante ese efecto recíproco, adondequiera que os hubieseis ocultado.”

(Responsabilidad)

“¡Todo cobra vida y acción en la Creación entera mediante la nueva irrupción de la Luz! La Luz ejerce al mismo tiempo una atracción poderosa … independientemente de la voluntad de lo que yace en la Creación, incluso de lo que pretende ocultarse. Finalmente, todo tiene que entrar en contacto con esta Luz sin poder evitarlo, aunque tuviera las alas de la aurora. No existe rincón alguno en toda la Creación que pueda ofrecer refugio. Nada permanece en penumbra.”

((Es preciso que Todo lo que está muerto en la Creación… – tercer parágrafo)

La expresión “alas de la aurora” es primorosa para indicar la infalible actuación de la Justicia Divina. Siempre es aurora en algún lugar de la Tierra, de modo que si una persona tuviese las alas de la aurora podría estar en un lugar diferente a cada momento. Sin embargo, aunque eso fuese posible, la mano justa del Señor la alcanzaría, pues Su Justicia perfecta no es delimitada por el espacio y por el tiempo.

El esfuerzo en mantener la voluntad interior siempre pura no es una lucha ignominiosa, no es un empeño sin ayuda, pues la propia irradiación de la Luz que provoca el despertar de las propensiones del alma también fortifica la voluntad buena, ajusta a esa Luz. El mal se destrozará por sí mismo con esa irradiación aumentada, mientras que el bien será fortalecido.

“Pero, durante este movimiento de atracción, la Luz desintegra y consume todo lo que no está en condiciones de soportar la radiación, es decir, lo que de por sí no aspira a ella. Por otro lado, lo que tiende hacia la Luz se volverá incandescente y más fuerte en la pureza de su voluntad.”

(Es preciso que Todo lo que está muerto en la Creación… – cuarto parágrafo.)

Muchas personas que conocen el proceso del Juicio Final piensan en él solamente en términos de grandes catástrofes de la naturaleza, epidemias, guerras y miserias, sin considerar que este sagrado acontecimiento se está evidenciando en ellas mismas hace décadas, y en una intensidad cada vez más grande. El Juicio Final es sobretodo un proceso interior, vivo, y requiere una vigilancia y movimiento espiritual permanente para ser reconocido en su real dimensión para el espíritu humano.

“Así sucede también con todas las cualidades de las almas humanas de la Tierra. Todo lo que hasta ahora parecía yacer sin vida, lo que estaba adormecido, a menudo desconocido al hombre mismo, todo eso, será despertado y fortalecido bajo la presión de esta Fuerza, convirtiéndose en pensamiento y acto, a fin de juzgarse a sí mismo, frente a la Luz, según su manera de obrar. ¡Pensad que todo lo que está adormecido en vosotros será despertado y cobrará vida! ¡En eso reside la resurrección de todo lo que está muerto! ¡Juicio lleno de vida! ¡Juicio Final!”

(Es preciso que Todo lo que está muerto en la Creación… – quinto parágrafo.)

La causa de alienación personal sobre el proceso del Juicio con relación a sí mismo reside, una vez más, en la supremacía del raciocinio con relación a la intuición. Todo lo que está latente en el alma humana está siendo despertado y fortalecido, transformado en pensamientos y acciones, para que se muestre como es realmente. Pero la misma persona generalmente no percibe ni reconoce eso, porque el raciocinio luego encuentra causas exteriores, meramente terrenas, para esa exacerbación de las características latentes del alma.

Como para la inmensa mayoría de las personas gran parte de esas características es de propensiones, defectos y vicios, ellas tienen la ilusión de que son víctimas de cualquier injusticia cuando alguna contingencia externa desencadena en ellas malos pensamientos y malas intuiciones, oriundas de esas propensiones adheridas al alma, las cuales están siendo despertadas y fortalecidas. Se trata, realmente, de una ilusión, porque si ellas no tuviesen esos defectos impregnados, ninguna contingencia externa desagradable, sea un mero atrito de convivencia o un verdadero retorno de karma negativo, tendría poder para hacer brotar en ellas intuiciones malas de rebeldía o malos pensamientos con relación a algo o a alguien. Pues no existe ninguna situación en la vida que justifique un único pensamiento malo. No existe ninguna circunstancia en que las leyes de la Creación liberen a la criatura humana para dar guarida a un pensamiento negativo. No hay ninguna excepción. Un pensamiento malo es siempre un pensamiento malo, independientemente de las razones que le dieron causa.

La persona que permite el surgimiento de malos pensamientos, o aún, que los alimenta, demuestra con eso que coloca su propia mala voluntad, conducida por ponderaciones de su raciocinio, sobre la Voluntad de su Creador, la cual conduce todo para mejor, fuente que es de Pureza, Amor y Justicia.

Solamente la persona que deja que hable la intuición dentro de sí, y que, sobretodo, la oye y la sigue, solamente esa persona se encuentra en condiciones de reconocer a tiempo lo que está siendo vivificado dentro de ella, sean cosas malas o buenas. Y así, podrá rechazar inmediatamente para lejos de sí todo lo errado, al mismo tiempo en que alimenta con su buena voluntad lo que reconoce como bueno. Ella misma tiene que moverse espiritualmente con mucha energía para resolver todo eso en sí misma.

“Tenéis que resolver todo lo que está en vosotros, tenéis que purificaros, o desapareceréis con el mal, si llega a ser más fuerte que vosotros. Entonces él os detendrá, y espumeante de rabia, se abalanzará sobre vuestras cabezas y os arrastrará consigo al abismo de la descomposición; ¡pues de ahora en adelante ya no puede seguir existiendo ante el esplendor de la Fuerza divina!” – –

(Es preciso que Todo lo que está muerto en la Creación… – sexto parágrafo)

Esa situación del mal que arrastra al generador para la desintegración de una forma así tan horrible ocurre sin el reconocimiento de la persona alcanzada, porque, como ya fue dicho, en ella el raciocinio encuentra para toda su misma desgracia causas exteriores. El raciocinio jamás dejará que a ella llegue el reconocimiento de que todo lo que la alcanza fue, de una forma o de otra, generado por ella misma. Por eso, la vigilancia espiritual en los días de hoy es de suma importancia. “¡Vela y Ora!” es un mandamiento imprescindible para quien desea subsistir al Juicio.

La descripción clarísima de lo que ocurre a un ser humano que permite al mal hacerse predominante dentro de sí no debe causar ningún pavor, porque esa advertencia es oriunda del verdadero Amor, que todo conduce para mejor mediante justa severidad. No es motivo para miedo, pero si, para agradecimiento, por poder estar conscientes de la magnitud de la responsabilidad que tenemos con relación a nosotros mismos en esta época tan grave.

Sin embargo, el espíritu humano que reconoció la Palabra del Mensaje del Grial y que realmente se esfuerza con todo su ser en tornarlo vivo dentro de sí, de tal modo que viva como si fuese su carne y sangre, ese espíritu proseguirá calmamente su camino ascendiente de evolución espiritual, independientemente de lo que aún surja en su alma, resultante de la intensificación de la irradiación del Juicio.

“¡Ya os he dado la Palabra que indica el camino que en el despertar de esta Creación os conducirá infaliblemente hacia las alturas luminosas, el camino que no os dejará hundiros, sea cual fuere lo que os sobrevenga y lo que intente inflamarse en vosotros! Si habéis dirigido la mirada hacia la Luz con fiel convicción, si habéis comprendido mi Palabra en su sentido exacto y le habéis dado cabida en vuestras almas, os elevaréis tranquilamente por encima de toda confusión, purificados y esclarecidos, libres de todo lo que antaño podría haberse opuesto a vuestra entrada en el Paraíso.”

(Es preciso que Todo lo que está muerto en la Creación… – séptimo parágrafo)

Vigilancia permanente, movimiento espiritual continuo y visión clara del gigantesco proceso que provoca la eclosión de todo lo que yacía dormitando en el alma son condiciones imprescindibles para subsistir al Juicio. Especialmente con relación a la vanidad y presunción, porque esos son defectos que casi todas las personas, de una forma o de otra, sembraron en el suelo de sus almas a lo largo de una o más vidas terrenas.

“¡Velad y orad, a fin de que la vanidad y la presunción, las trampas más terribles para el hombre terrenal, no enturbien la claridad de vuestra mirada! ¡Guardaos! ¡Según la forma en que hayáis preparado el terreno en vosotros, así os acontecerá en la purificación de la Creación!”

(Es preciso que Todo lo que está muerto en la Creación… – Octavo y último parágrafo)

Roberto C. P. Junior

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Serie Ensayos Basados en el Mensaje del Grial

1) Parsifal y las Leyendas del Grial
– texto: https://bit.ly/EDSM-PARSIFAL

2) La Lanza Sagrada
– texto: https://bit.ly/EDSM-LANZA

3) El Sentimiento del “Yo”
– texto: https://bit.ly/EDSM-SENTIMIENTO

4) Intelecto, Intuición y Pureza de los Pensamientos
– texto: https://bit.ly/EDSM-INTUICION

5) La Eclosión
– texto: https://bit.ly/EDSM-ECLOSION

6) La Concientización del Espíritu Humano
– texto: https://bit.ly/EDSM-CONCIENTIZACION

7) Tópicos de Vida
– texto: https://bit.ly/EDSM-TOPICOS

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