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¡El arte del deporte! Alabado y elevado por toda parte, exaltado con esperanza en el mundo entero, decantado con orgullo entre los pueblos, divinizado con olímpica emoción por las naciones. ¿Cómo podría ser dañino?… Para quien tiene ojos para ver, el enaltecimiento deportivo actual es apenas una muestra más y espantosa de como los conceptos de correcto y errado están completamente malformados en nuestra época.
El deporte es, realmente dañino, porque es una práctica artificial y unilateral. No tiene como objetivo en primera línea obtener y conservar la salud del cuerpo, sino mostrar quien es el mejor en una determinada modalidad. Los trofeos que atestiguan esas proezas, esos fútiles hechos, no son más que una forma moderna de idolatría.
“¡Lo importante no es ganar, pero competir!”, rebaten los discípulos de Coubertin. Pero no, de ninguna manera. Para cualquier deportista de este planeta lo importante es realmente, ganar. Ganar siempre, de cualquier manera. Conquistar notoriedad, conseguir admiración, subir en el peldaño más alto. Y aunque alguno de entre ellos realmente creyera, en el fondo de su corazón, en esa fantasía, y no apenas la murmurase para sí mismo al perder su lugar en el podio, aun así sería algo insano.
El deporte unilateral y competitivo es siempre nocivo, nunca contribuye para mejorar en nada el interior del ser humano, al contrario, solo le hizo inculcar en él, el deseo de sobresalir a todo costo. Esa competitividad continuamente nutrida por centenas de millones de terráqueos no quedó sin efecto en el ambiente más fino que nos envuelve. Traspuso el ámbito de los estadios y pasó a ejercer su influencia en un sin número de almas que traen en sí una propensión semejante. Esas pasaron a ser entonces literalmente asediadas por esos influjos, que endosaron en ellas la necesidad permanente de competir y competir, para vencer en la vida y destacarse a cualquier precio.
Los efectos globales de ese desvarío son fácilmente observables. Como casi todos se ven hoy como competidores en todo, leales o no, un simple desentendimiento en el tránsito puede fácilmente desembocar en una tragedia, y el propio tránsito se transforma en una pista de competición. La derrota en un inocente juego de dominó o en un juego de cartas tiene suficiente fuerza para infartar a cualquier uno de los competidores. Un gol en el final del segundo tiempo es motivo para refriega y muerte entre las grandes masas, denominadas barras.
Muchas empresas, grandes y pequeñas, no tienen como objetivo en primera línea, perfeccionar sus productos y garantizar su sobrevivencia, pero si destruir sus competidores, aplastar la detestada concurrencia. Un gran empresario llegó a decir que si un concurrente suyo estuviera ahogándose, su primera providencia sería meter una manguera con agua en su boca…Declaraciones como esa son tomadas como dichos de gran sabiduría, máximas de profunda inspiración, utilizadas en cursos de perfeccionamiento de ejecutivos.
“¡Lo importante es competir para ganar!”, es el lema real. Naciones compiten locamente entre sí, en corridas armamentistas, espaciales, comerciales y culturales. Compiten y compiten. Todos compiten. Y nadie más vive.
Ese es el resultado de la competición y de la competitividad desenfrenada, el mundo competitivo en que vivimos, del cual el deporte es su principal fomentador y patrocinador. Un gran estadio planetario, con billones de competidores infelices y vacíos espiritualmente. Es eso lo que la humanidad tiene para presentar en la época actual, al final del periodo concedido para su desarrollo; es este el trofeo que ella puede levantar ahora para su Creador, como fruto de su evolución.
Soñar un poco de vez en cuando no es errado, pues eso no estimula ninguna competición. Pero mientras algunos pocos aún se permiten soñar despiertos con una improbable y tal vez imposible mejoría de la humanidad, esta permanece soñando con su propia grandeza, impulsada en la ilusión de su importancia y de sus glorias deportivas. Muy pronto, todos nosotros despertaremos.
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