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El cuerpo humano es el envoltorio más externo del espíritu, es su manto más exterior. Formado de materia, él necesita ser devuelto al mundo material después de la muerte, tal como la cascara de un fruto que se rompe para que la vida prosiga en su evolución natural, permitiendo que la semilla se desarrolle y genere nuevos frutos en el futuro.
Se trata de un proceso natural que no admite excepciones. Como se da, por cierto, en los efectos de todas las leyes que gobiernan la Creación. Despojado de su vestidura más densa, el espíritu humano que se esfuerza por elucidación, y que, por tanto, busca vivir en conformidad con esas leyes, prosigue en su camino de evolución ascendiente, rumbo a otras moradas de la Casa del Padre, después de cumplir el ciclo de reencarnaciones necesarias.