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Muchos vienen al mundo con determinados dones, que pueden o no concretizarse en capacitaciones plenas, dependiendo del empeño personal y, no por último, de las condiciones del ambiente. Durante el periodo de la infancia, corresponde a los padres y educadores reconocer y apoyar las inclinaciones latentes de los pequeños, para que se desarrollen plenamente, y no destruirlas con concepciones erradas y deseos personales unilaterales. Del mismo modo, en la época de la juventud o incluso ya en la madurez, las simientes de los dones traídos deben ser reconocidas e impulsadas por quien tenga ese derecho, y no masacradas con críticas unilaterales. Una única crítica destructiva, una sola palabra impensada, un simple gesto inconsequente pueden liquidar de vez la simiente de un don espiritual, que luchaba por desabrochar en nuestra época tan árida. Cuidemos, por consiguiente, de nunca transgredir, inadvertidos y descuidados, el quinto mandamiento de las Leyes de Dios. Y no seamos avaros con palabras de estímulo a quien las merezca, pues ellas actúan como abono en las simientes de dones en proceso de germinación.