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El dogma es siempre una conceptuación rígida, que no admite ninguna interpretación contraria. Prohíbe al individuo aquello que le es más imprescindible: el movimiento de su espíritu. De nada sirve querer adornar ese concepto con el pasar del tiempo. Por el contrario. La pretendida belleza de la rigidez creciente es apenas aparente, una mera ilusión. Cuanto más tiempo recorrido en la sumisión a un dogma, tanto más difícil será para el espíritu humano deshacerse de él.