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“¡Felicitaciones, usted es un vencedor! Ya nació con esa condición. Para ser lo que es, ganó la primera y la más importante competición de toda su existencia, una disputa más concurrida que cualquier examen de ingreso. Usted contrarió estadísticas, desafió reglas matemáticas de probabilidad y se burló de la suerte. Derrotó otros 300 millones de concurrentes.”
Ese es el inicio de uno de los muchos artículos que enaltecen el hecho de que usted haya nacido. Según esa idea, la chance de eso haber ocurrido era ínfima, ya que solamente un único espermatozoide de su padre, justamente el que le dio origen, consiguió vencer la competición con centenas de millones de concurrentes y llegar primero hasta el óvulo de su madre. Las moléculas de DNA de aquel espermatozoide especifico, mezcladas al DNA del óvulo, compusieron las instrucciones para fabricarlo. Si por acaso él no hubiera vencido aquella agotadora corrida de obstáculos, usted simplemente no existiría.
Un pensamiento espantoso, sin dudas, caso correspondiese a la realidad. Pero no es así. Si otro espermatozoide hubiese llegado antes hasta el óvulo, usted existiría de la misma forma. Continuaría siendo usted, incluso con la misma predisposición genética, idéntico temperamento, virtudes y vicios, y tantas otras características que determinan un ser humano completo. Claro que podemos considerar que fue el espermatozoide “más fuerte”, o el “más apto”, que venció la corrida, pero si los que llegaron en la secuencia hubiese sido los ganadores, no haría la menor diferencia. Por lo menos no para usted.
Eso porque usted no es propiamente el cuerpo que carga, pero si un espíritu que en el encarnó, que fue atraído para una determinada familia, en obediencia a varios aspectos definidos por la Ley de Atracción de las Afinidades y por la Ley de la Reciprocidad. Usted será siempre usted, pues el alma es siempre la misma en cada encarnación, Continuaría a ser usted, incluso si su cuerpo hubiese sido formado por la unión de otro espermatozoide paterno al óvulo materno, los “zigotos”. El cuerpo físico es, por tanto, solo una envoltura, un manto que el espíritu viste para poder actuar en el mundo material.
El “sentimiento del yo”, por cierto, también no proviene del cuerpo físico, más única y exclusivamente del propio espíritu. Y ese espíritu singular es muchas veces atraído para la encarnación por la propia madre, en razón de los hilos previamente existentes entre esos dos seres humanos, tejidos en otras vidas. Esa es también la razón de que las llamadas “madres de alquiler” frecuentemente no desean deshacerse del bebé que dieron a luz. Pues, aunque el embrión en su vientre haya sido formado sin su cooperación, el espíritu humano que en él encarnó bien puede tener, realmente, fuertes ligazones con ella misma, siendo por consiguiente su hijo efectivamente.
El resultado de la corrida de los espermatozoides en dirección al óvulo es, pues, completamente irrelevante para la vida a ser gestada en el vientre materno. En verdad, cuando despertamos para esta vida terrena es que comienza la verdadera corrida de obstáculos. Obstáculos que, frecuentemente generamos en otras vidas y que fatalmente se manifestarán en esta vida tarde o temprano, para que los reconozcamos y los suplantemos, tales como la vanidad, el egoísmo, la prepotencia, la indolencia espiritual… Eso, sin hablar en los que, por descuido, aún generamos en la vida actual… Todos ellos componen los muchos obstáculos que debemos sobrepujar, si queremos realmente ser vencedores en la corrida de la vida. Vencedores de nosotros mismos, de nuestros errores y fallas, para que podamos proseguir en el camino ascendiente de la evolución espiritual.
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