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Cuando todos, con los nervios a flor de piel, se alinean en posiciones rígidas e inflexibles moldeadas por palabras de orden y puños cerrados, se forma un palco de una tragedia anunciada. Basta una chispa, provocada por cualquier pedrada de intolerancia, para que irrumpa la llama de un odio ciego, el cual, por fin, acabará por consumir indistintamente todo y a todos.
Nadie necesita abrir mano de sus convicciones y certezas, pero tampoco debe someterlas a las cribas de ambientes agresivos e intolerantes. No es posible mantener pensamientos limpios cuando el foco generador de ellos – la voluntad interior – es tomada por la rabia y por la rebeldía. No podemos nunca olvidar que cada pensamiento tenebroso y nutrido es una simiente mala, cuyos frutos correspondientes tendrán que ser cosechados más temprano o más tarde por su sembrador.