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Lo que hacemos con nuestros jóvenes en materia de educación es casi un crimen a los ojos del mínimo buen sentido. A los ojos de la necesaria evolución anímica y espiritual, sin embargo, es efectivamente un crimen.
Ya en la primera década de vida abarrotamos sus pequeños cerebros con cargas inútiles para las décadas siguientes. Dejamos el convivio con la Naturaleza para el segundo o tercer lugar, o hasta eliminamos esa tan necesaria experiencia de nuestros niños, para encerrarlos en prisiones coloridas, en las cuales tienen que cumplir sus penas de aprender por obligación, y no por satisfacción, lo que únicamente produciría alegría. El escritor brasileño Rubem Alves registra la siguiente frase de una alumnita a su profesora primaria: “Yo quiero saber tanta cosa. El mundo está lleno de cosas interesantes. Pero no hay tiempo. Tengo tantas tareas que hacer…” Así es.
Cuando llega a la enseñanza media, el joven sufre entonces su mayor masacre. Es obligado a aprender en profundidad cosas para las cuales no tiene la menor inclinación. No le es dada apenas una visión global de las ciencias, más se le exige tragar un camión de escombros de todas ellas. ¡Y en profundidad! Un joven, por ejemplo, puede tener especial inclinación para artes o filosofía, pero antes de poder dar rienda al anhelo de su alma necesita saber si la trisomía es provocada por la supresión de los cromosomas o por la disyunción de las cromátidas, si ocurre por la reversión en la diacinesis o por la translocación en la mitosis…
Cuando finalmente llega a la enseñanza superior, en que podría verse libre de todo los desechos y dedicarse a aquello por lo que tiene propensión, él masacre continúa, apenas de forma más encubierta y sutil. Nuevamente le es despejado un camión de informaciones superfluas, desnecesarias para su formación profesional y de vida. De ese modo, el tiempo más precioso de la existencia, cuando el espíritu podría subir con ímpetu los peldaños del desarrollo, es desperdiciado únicamente en acumular más y más conocimiento, casi siempre desprovisto de utilidad. Lo cuanto todo eso es nocivo, hablando solo de la vida terrena, puede ser medido por aquello que, aprendido en la Universidad, de hecho hicimos uso en nuestra vida profesional. Este es el porcentual de lo que realmente valió la pena aprender.
Y valió la pena para la vida terrena, material, porque nada de lo que es aprendido puede ser llevado para la vida en el más allá. Nada de eso se hace algo propio de alguien. Únicamente lo que es vivenciado enriquece el espíritu y lapida el alma, y tan solamente esa riqueza se hace realmente nuestra, al punto de poder cargarla con nosotros para el otro lado de la vida. Todo lo restante, para lo cual muchos disipan su vida entera, permanece aquí mismo.
En el futuro, cuando la humanidad remaneciente esté viviendo estrictamente según las directrices de las leyes de la Creación, también la educación escolar será completamente diferente. Será, sí, direccionada para perfeccionar y facilitar la vida en la Tierra, más sobretodo para auxiliar el espíritu a desarrollar todas sus capacitaciones, objetivo primordial de la existencia, tal como preconizado en la parábola de los talentos.
(Conozca la literatura del Grial publicada por la Ordem do Graal na Terra.
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