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Los objetivos que trazamos para nuestras vidas necesitan ser factibles, reales, y no flotar en el nada ilusorio de una fantasía vertiginosa.
La fantasía desenfrenada es una de las mayores enemigas de la persona adulta, pues arrastra para una vida falsa, para un mundo ficticio formado apenas de apariencias, de ilusiones creadas por ella misma y desprovistas de cualquier valor.