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La idolatría es recurrente en la historia de la humanidad, infelizmente. Cambian las formas, pero el pecado permanece el mismo.
Las transgresiones al Primer Mandamiento son tan múltiples en nuestra época, que no es posible hacer una lista de ellas. Son mucho más amplias y numerosas de lo que pueden parecer a primera vista. Abarcan, por ejemplo, toda y cualquier predilección especial por algo terreno, sea dinero, poder, honrarías, bienes, objetos y hasta personas, sean conocidas o no. Cada una de esas elecciones exageradas constituye un ídolo que la criatura humana molda para sí y que lo coloca en un lugar de veneración en su interior, lugar debido únicamente a su Dios. Y eso, ella lo hace de modo totalmente descuidada, absolutamente despreocupada con las graves consecuencias de esa violación.
Un Mandamiento de Dios no es llamado así por acaso. Como el mismo nombre lo dice, es algo mandatorio, que necesita ser cumplido plenamente, para el bien de los propios destinatarios. Incluso si en el fondo, pueda ser visto como un consejo necesario, no puede ser dispensado. Si un Mandamiento nos fue dado por el Omnipotente, entonces necesita ser comprendido en su totalidad y obedecido en su integralidad, sin medio término. La dejación con relación a eso ya es una falta muy seria, pues indica desinterés y rechazo con relación a la Voluntad del Creador. Una Voluntad que, en última instancia, contempla apenas la felicidad y bienaventuranza del ser humano. Contraponerse a esa Voluntad equivale a empeñarse por la propia infelicidad, dedicarse con ahínco para alcanzar el infortunio.
Lo que una persona alimenta con su intuición durante la vida en la Tierra permanece adherido a su alma y ella lo lleva consigo para el mundo del Más Allá. Tratándose de algo elevado y sublime, la mantiene y la sostiene en sus caminos del desarrollo del lado de allá. Sin embargo, tratándose de algo bajo y sin valor, pesa en su alma y la tira hacia abajo, arrastrándola para mundos lúgubres e que le impide el desarrollo y la ascensión de su espíritu. Aquí, en el mundo de materia física densa, el ser humano tiene la elección. Aún la tiene.
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