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Ya tratamos de esto aquí, pero es necesario repetir y volver a repetir. Es el propio individuo que genera, y es él mismo que por ella es aplastado siempre de nuevo: la bola de nieve de los malos pensamientos.
Ciertamente no hay quien ya no haya percibido o sentido el mecanismo; sin embargo, apenas pocos se dieron el trabajo de usar el reconocimiento en el sentido correcto, cambiando su modo de ser, conservando de ahí en adelante siempre puro el hogar generador de sus pensamientos, o sea, su voluntad interior o voluntad intuitiva.
Las leyes de la Creación, sin embargo, no comportan excepciones, no admiten desvíos o escapatorias. Si producimos algo malo, sea por pensamientos, palabras o actos, ese algo retornará a nosotros infaliblemente, más pronto o más tarde. No existen exclusiones ni salvedades, ni siquiera si estuviéramos convencidos de haber sufrido cualquier injusticia. Por cierto, justamente ese sentimiento de una arbitrariedad injusta es el mayor de los peligros, pues hace crecer desproporcionalmente la bola de nieve de los malos pensamientos, para gran perjuicio del propio autor.
Veamos el funcionamiento del mecanismo con un ejemplo simple. Cuando no entendemos una situación desagradable con que nos deparamos, es decir, cuando no comprendemos alguna contingencia difícil en que nos vemos envueltos, corremos el riesgo de dejar esa incomprensión transformarse en inconformismo o hasta mismo en rebeldía, sin que percibamos eso. Instaurado el inconformismo en nuestro interior, o cualquier otro sentimiento negativo, el hogar generador de los pensamientos no estará más puro. Ese sentimiento pasa a ser entonces la fuerza propulsora en la generación de los pensamientos análogos, los cuales se fortalecerán por el contacto con formas de pensamientos semejantes. El inconformismo y la rebeldía pasan a ser entonces el ambiente que nos envuelve. A partir de ese momento, para que demos caudal a un acto inconsecuente e injusto, es un paso muy corto. Y hacemos eso con la más plena convicción de que estamos correctos, pues cuando nos conectamos a cosas bajas nuestro horizonte de discernimiento también se restringe. Y así acontece que caemos espiritualmente sin darnos cuenta. Rodamos hacia abajo irrefrenablemente sin ver nada más; bajamos de nivel en nivel, para el mismo bajísimo escalafón de esas cosas malas. Somos llevados para allá por la creciente bola de nieve de los malos pensamientos, que nosotros mismos generamos y que alimentamos.
Ese ambiente fuertemente negativo que nos envuelve, a su vez, causa aversión a quien no está sometido a influencias malas. En ese caso puede acontecer que alguien manifieste una antipatía gratuita por nuestra persona y juzgamos que eso resulta del mal carácter de él, cuando, en realidad, es nuestro ambiente fino material oscurecido que le causa una aversión inconsciente.
En ese punto, realmente sólo las consecuencias dañinas de nuestro proceder, que se efectúan por la Ley de Causa y Efecto o Ley de la Reciprocidad, alcanzándonos dolorosamente, aún pueden hacernos volver a ver la realidad. Si con lo que hicimos solamente conseguimos provocar resentimientos, dolor y sufrimiento excesivo, tanto en nosotros mismos como en los otros, entonces no podía realmente estar correcto. De ahí, la necesidad de mantener una vigilancia continua, rigurosa, para nunca más dejarnos influenciar por el mal, sea este, de cualquier especie.
No obstante, en las personas fuertemente acosadas por el mal, que ostentan un alma densa, el inconformismo y la rebeldía pueden fácilmente convertirse en rabia incontenida, y de ahí para el odio ciego, situación en que la persona está literalmente “fuera de sí”. Quien deja el odio instalarse dentro de sí, aunque por poco tiempo, es inmediatamente envuelto por conformaciones de una especie de materia más etérea – las furias de odio, que lo influencian cada vez más con el odio de que son constituidas. Una persona en esa situación puede fácilmente cometer un acto insano, enloquecido, del cual podrá arrepentirse amargamente posteriormente. Arrepentimientos y remordimientos, no obstante, no bastan como rescate de quien contribuyó para generar y diseminar con tanto empeño el mal en el mundo.
Nunca está demás acentuar: no existe ninguna situación en la vida, ¡ninguna!, que justifique un único pensamiento malo. Podemos evidentemente no concordar con cualquier actitud de nuestro semejante, pero jamás revidar eso con un pensamiento malo o sentimiento malo, pues esa acción es la primera a generar la pequeña bola de nieve que, poco tiempo después, creciendo y fortaleciéndose, podrá subyugarnos por completo.
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