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Cuentan los evangelios que cuando Jesús volvió del Jardín de Getsemaní encontró sus discípulos durmiendo, y los reprendió severamente: “Velad y orad para que no caigáis en tentación!” (Mc14:38; Mt26:41). El sueño de ellos fue una señal exterior, terrena, de falta de vigilancia espiritual, la cual podría ser conservada si ellos hubiesen buscado orar realmente con toda su alma. Por eso la advertencia del Maestro.
En su Mensaje del Grial, Abdruschin aclara esos dos puntos:
“El “vigilar” se refiere a vuestra vida terrenal, durante la cual, por propia iniciativa, debéis de estar dispuestos a sentir, en todo instante y con claridad, las impresiones que os asalten, sopesándolas y examinándolas, tal como debéis de seleccionar previa y esmeradamente todo cuanto emane de vosotros.
El orar, sin embargo, asegura el mantenimiento de la ligazón con las alturas luminosas y permite abrirse a los sagrados flujos de fuerza, para su aprovechamiento terrenal.”
Quien realmente vela y ora está protegido de caer en tentaciones de cualquier tipo, las cuales, sin embargo, continuarán existiendo en la Tierra hasta la finalización del actual proceso de depuración. Las tentaciones no permanecerán alejadas con el velar y el orar, más serán fácilmente repelidas por aquel que cumple ambas exigencias, conforme también explica Abdruschin en la secuencia:
“Si cumplís ambas cosas, nunca podréis caer en la tentación. Interpretar, también, esta indicación debidamente; pues si se os dice: “que no caeréis en la tentación”, no quiere decirse que las tentaciones no volverán a afligiros, que permanecerán lejos de vosotros; es decir, que ya no seréis tentados, sino que eso quiere decir: si os mantenéis siempre vigilantes y en oración, nunca podréis caer en las tentaciones que os sobrevengan. ¡Podréis afrontar todo peligro victoriosamente!”
Por cierto, cada persona de buena voluntad se encuentra envuelta por tantos auxilios, se encuentra de tal modo protegida, que es para ella una vergüenza enorme dejarse engañar por algo mucho más débil como es la tentación. No es por otro motivo, que antaño Paulo dijo a los Corintios: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres;” (1Co10:13). Ya la exhortación de Jesús para conservar la máxima vigilancia espiritual no se dirigía exclusivamente a los discípulos, pero a todas las criaturas humanas: “Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” (Mc13:37).
Velar y orar es, por tanto, una protección eficaz contra todas las tentaciones. Pero aún falta que comprendamos correctamente el concepto de tentación.
Sobre la palabra tentación, hombres y mujeres luego piensan en el peligro de la seducción del sexo opuesto, o, tal vez, en la posibilidad de conseguir algún provecho indebido o ventaja ilícita cuando aparece cualquier oportunidad. O también en la contingencia de entregarse a algún vicio, sucumbiendo bajo ese yugo. Pero la tentación no se resume a esas cosas, ella es mucho más que eso. La tentación abarca toda oportunidad furtiva que se abre delante de nosotros aclamándonos a dar rienda suelta a nuestras debilidades, sean de la especie que sean.
Cuando dejamos hablar el orgullo, la presunción y la vanidad, estamos cayendo en tentación; cuando permitimos que la envidia, los celos y la rabia tomen cuenta de nuestra alma, estamos cayendo en tentación. Caemos en tentación cuando consentimos que la indignación se transmute en rebeldía, a cada vez que emitimos una opinión desfavorable sobre una persona ausente, siempre que lanzamos una mirada de desconfianza para un gesto altruista de nuestro prójimo. Y así en adelante. Las caídas resultantes de las tentaciones son múltiples, porque innúmeras son las codicias y defectos que dejamos brotar en nuestro interior, debido a nuestra crónica indolencia de espíritu. Dormimos espiritualmente demasiado tiempo, y, es por eso que ya está más que en la hora, finalmente, de que despertemos con la exhortación de Cristo: “¡Velad y orad!”
Velemos y oremos, pues, con el alma abierta y el espíritu receptivo. Solo de esa manera podremos vencer toda y cualquier tentación que se aproxime de nosotros o que quiera imponerse en nuestras vidas.
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