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Peregrina el espíritu humano en sus caminos de desarrollo, siempre en sentido ascendiente, de vuelta a su morada espiritual, dentro de la Casa del Padre. La envoltura más externa que lo reviste en su pasada por el mundo material se desgasta y envejece, pero él, el espíritu, permanece eternamente joven si encuadró su voluntad a la de su Creador.