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La Biblia es un libro esencialmente espiritual, trae metáforas y alegorías de cuño espiritual. Por eso, no se debe interpretarla al pie de la letra caso se desee realmente penetrar en las enseñanzas que ella trae. Una de las recurrentes imágenes asociadas a la época del Juicio Final es la de la trompeta.
Alrededor del siglo VI a.C., Sofonías describió de una manera particularmente impresionante ese tiempo del Juzgamiento, denominado por él de: “El día del Señor”. En el final de la exhortación, el profeta asocia ese día tan grave a la trompeta y al grito de la alarma: “Ya se acerca el gran día del Señor; a toda prisa se acerca. El estruendo del día del Señor será amargo, y aun el más valiente gritará. Día de ira será aquel día, día de congoja y angustia, día de devastación y ruina, día de tinieblas y penumbra, día de niebla y densos nubarrones, día de trompeta y da la alarma…” (Sf.1:14-16).
Sobre la actividad del Hijo del Hombre durante el tiempo del Juicio, Zacarías presenta la siguiente imagen: “Entonces el Señor aparecerá sobre ellos, y saldrá como un rayo su flecha; el Señor Dios tocará su trompeta, y caminará en los torbellinos del sur.” (Zc.9:14). Por fin, leemos en el Apocalipsis que hay “Siete ángeles que están de pie delante de Dios, y les fueron dadas siete trompetas” (Ap.8:2).
Los toques de trompeta indican los últimos avisos que llegan a la criatura humana durante el Juicio, para que despierte a tiempo de su sueño espiritual y pueda subsistir. Y el sonido de la última trompeta que aún busca despertarlo es el miedo.
La actual sensación de miedo, de culpa, de tiempo agotándose, no son delirios de la mente. Son sentimientos reales, intuiciones provenientes del espíritu. El desespero es apenas aparentemente infundado, porque la causa no es reconocible en el cuerpo físico. Dice respecto a aquello que más terrible puede alcanzar al espíritu humano: la extinción de su autoconciencia, la muerte espiritual, la condenación eterna. Es contra eso, contra ese fin terrible en el Juicio que el alma humana lucha; por eso los sentimientos inexplicables de pavor y desespero.
Es en el interior de cada uno que el Juicio se efectúa de forma más contundente, En nuestra época, cada uno de nosotros ya fue y está siendo alcanzado por las irradiaciones juzgadoras del Juicio Final. Vivimos el tiempo en que los corazones están siendo abalados con puños férreos, cuando con terrible inexorabilidad está siendo extirpada la arrogancia espiritual de cada uno. Extirpada a través del miedo. Un miedo atroz, inmenso, abarcador, inexplicable, impenetrable, que obliga al ser humano a postrarse de rodillas, totalmente vencido.
Sin embargo, en el fondo, esa situación tan dramática es únicamente una gracia a más proveniente de la Luz, un auxilio más pleno de amor de los muchos que el espíritu humano recibió, para que despierte aún a tiempo, y se libere de las tinieblas a él adheridas y busque, con todas sus fuerzas, el perfeccionamiento espiritual, pues no hay otro camino para la salvación, a pesar de la creencia diseminada en un sacrificio expiatorio de Jesús. En su obra En la Luz de la Verdad, Abdruschin afirma que:
“la gracia y el amor residen exclusivamente en los efectos de todas las leyes existentes en la creación”
Muchos bien intencionados rechazan dar explicaciones así tan claras a respecto del tiempo en que vivimos, del tiempo del Juicio, con la justificativa de que eso puede angustiar las personas desnecesariamente. Pero esa actitud no deriva del verdadero amor al prójimo, pues este siempre buscará dar al semejante aquello que es de hecho útil, y no lo que le pueda causar alegría efémera o anestesiar su corazón. En una situación de incendio en un edificio, ningún verdadero auxiliar tratará inculcar en los habitantes la importancia de tomarse medidas preventivas para evitar la combustión y la quema de objetos inflamables, pero si gritará ¡fuego! a todo pulmón.
Ahora, en el presente, vivimos la última fase del Juicio Final. Ahora vale ser o no ser. Todos nosotros ya fuimos alcanzados por los sonidos de las trompetas del Juicio. Entonces, cambiemos, nuestro modo de ser, busquemos conocer finalmente las leyes que gobiernan la maravillosa Creación de Dios y, principalmente, esforcémonos en vivir según sus directrices. Y si somos alcanzados por el sonido de la última trompeta, sepamos entonces, antes de más nada, que eso es, realmente, un auxilio inestimable, el empujón que aún necesitamos para volver a direccionar nuestra voluntad, nuestros pensamientos y acciones, a fin de que renazcamos en el espíritu como nuevas criaturas, llenas de la más profunda gratitud por la dádiva de la vida.
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