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El desarrollo humano se debe adecuar finalmente a lo que fue previsto desde los albores, en sabia providencia: el espíritu guiando y el intelecto ejecutando. Y no como es hoy y ya desde mucho, en razón de la desobediencia de la criatura humana a las leyes de la Creación, con la voluntad mental determinando todo y el espíritu durmiendo.
El espíritu debe dirigir la vida, comandar, y el raciocinio permanecer subordinado a él, ejecutando el trabajo pesado, o sea, haciendo realidad en la materia lo que fue decidido por la voluntad espiritual, que se manifiesta por medio de la intuición. Así debe ser. Así debe volver a ser.