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Cada experiencia de vida contribuye con su cuota para la formación y consolidación de la personalidad, incluso aquellas que ya no nos acordamos, que aparentemente se desprendieron de nuestra memoria como hojas secas de un árbol. Pero no, nada se perdió. Cada vivencia profunda proporcionó el material con que el espíritu delineó las características perennes del alma, su envoltorio de materia etérea. Y esta es la verdadera riqueza, el legítimo substrato que un alma lleva consigo para los mundos del Más Allá.