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Nota Introductoria
En este ensayo, todos los trechos en destaque fueron extraídos de la obra En la Luz de la Verdad, el Mensaje del Grial de Abdruschin. Los trechos retirados del Mensaje no tienen la finalidad de ilustrar el texto, sino que pasa lo contrario: ellos fueron colectados y organizados con el fin de evidenciar que el presente ensayo se encuentra en conformidad con las enseñanzas contenidas en la obra de Abdruschin.
Siempre que la palabra “conferencia” es mencionada, el autor está refiriéndose al Mensaje del Grial. Al final de los trechos destacados aparece el respectivo título de la conferencia entre paréntesis.
En el año de 2010, Brasil fue palco de una noticia poco divulgada; ¡pero que repercutió en todo el mundo… de la botánica! Botánicos sorprendidos de todo el mundo de pronto volvieron sus ojos para este país en aquel 19 de diciembre, pues nada menos de que una Titan Arum había florecido.
Se trataba de un evento muy raro. Por primera vez, la flor más grande del mundo florecía en tierras tupiniquines, más precisamente en el Jardín Botánico de la ciudad de Brumadiño, en el estado de Minas Gerais. El último registro de desabrochamiento de una de esas flores en el mundo había ocurrido en julio de aquel mismo año en Japón.
La Titan es originaria de las florestas tropicales de Sumatra, la isla más grande de Indonesia. La semilla lleva entre 10 a 12 años para germinar, dando origen a una flor con cerca de tres metros de altura y un peso aproximado de 20 kilos. Las partes correspondientes a los pétalos pueden alcanzar hasta cinco metros de largo. La planta florece, a lo máximo, tres o cuatro veces a lo largo de sus presumibles 40 años de vida, y cada floración dura en media apenas tres días. La Titan Arum es realmente un gran acontecimiento.
Al ver esos datos, tuve el deseo de conocer lo opuesto de la Titan, es decir, la posible “flor más pequeña” del mundo. De hecho, ella existe, y exactamente con este título, siendo también bastante conocida por los botánicos. Se trata de la Wolffia angusta, del tamaño equivalente al de una cabeza de alfiler. Muchas decenas de Wolffias caben en la punta del dedo mínimo. Y esas micro flores aún son capaces de producir el fruto más pequeño del mundo: el “utrículo”.
Entonces tenemos aquí dos ejemplares del reino vegetal bien diferentes entre sí: la Titan y la Wolffia.
Quien necesita de por lo menos cuatro dedos de la mano para contar las décadas que tiene la vida, ha de haber aprendido, de manera bien sencilla, que la naturaleza se divide en tres reinos: mineral, vegetal y animal. Esta concepción cambió bastante en los últimos tiempos. Solo para organismos multicelulares ahora hay tres reinos, y dos más para los unicelulares. Eso, de acuerdo con una de las divisiones aceptadas, porque actualmente hay varias otras, todas muy bien consideradas y estudiadas, para desespero de los estudiantes secundarios. Algunas de esas divisiones establecen “superreinos”, “dominios” y “superdominios”.
Para nuestro simple abordaje vamos a considerar solamente la existencia del gran reino vegetal y las divisiones abajo de él, que aparentemente aún cuentan. De esa forma, según la clasificación general del gran grupo de los vegetales, debajo de la categoría reino siguen niveles cada vez más restrictos, hasta alcanzar la especie propiamente dicha de una planta. A grueso modo, la secuencia es la siguiente: reino, división, clase, orden, familia, género y especie.
La Titan y la Wolffia, ambas, pertenecen al reino vegetal, pero también pertenecen al mismo nivel siguiente: la división, porque esta caracteriza las plantas productoras de flores, y las dos producen las suyas. Sin embargo, ellas ya se distinguen en el nivel siguiente, el de la clase. Si fuéramos comparar cualquier una de esas flores con una secuoya, por ejemplo, veríamos que ellas se igualarían solo en el primer nivel, el del reino, ya diferenciándose en el nivel siguiente, el de la división. La secuoya, siendo una “conífera”, no produce flores, pero sí, piñas, que actúan como estructuras reproductoras.
Utilizando el reino vegetal como analogía para el reino espiritual, podríamos considerar que los seres que habitan los planos espirituales del Paraíso equivalen a varios tipos de flores, de tamaños y formas diferentes, según el grado de desarrollo de cada uno, desde Wolffias hasta Titanes. Todos los que allá viven y actúan son espíritus humanos, sin embargo, con grados de evolución distintos.
“Cierto que el dominio en que podéis llegar a ser conscientes como espíritus humanos está rigurosamente limitado en cuanto a la altura luminosa; pero no por eso resulta pequeño. Os ofrece espacio para toda la eternidad y, por tanto, campos de acción proporcionalmente grandes.
Lo único que no tiene límites para vosotros es la posibilidad de evolución, que se manifiesta en el creciente perfeccionamiento de vuestra actividad en ese campo de acción. Observad, pues, con toda atención, lo que aquí os anuncio:
La evolución ascensional de vuestro perfeccionamiento en la actividad espiritual es absolutamente ilimitada, nunca llegará a su fin. Ahí podéis haceros más y más fuertes constantemente, y, a medida que vayáis fortaleciéndoos, se irá ampliando también, automáticamente, el campo de acción, con lo que encontraréis la paz, la alegría, la felicidad y la bienaventuranza.”
(¡He Aquí Lo Que Te Es Provechoso!)
Ya los espíritus que viven en los mundos superiores al Paraíso, en el llamado reino de la espiritualidad originaria, podrían ser relacionados, por ejemplo, a secuoyas en nuestra analogía. La única característica común entre ellos y los que habitan las regiones del Paraíso, situado más abajo, es que son espíritus, no obstante, ambas especies son de constitución diversa desde la base. Usando la analogía del reino vegetal, ambos ya se distinguen, por tanto, en la división, el segundo nivel de clasificación.
Al estudiar el Mensaje del Grial, verificamos que nosotros, seres humanos terrenos, vinimos originariamente del reino espiritual —el Paraíso—, pero de su parte más inferior, donde existen sólo gérmenes espirituales aún inconscientes, las semillas de futuros seres humanos.
Las semillas espirituales pueden venir a tornarse seres humanos espirituales autoconscientes, después de que adquieran las vivencias para eso necesarias en sus vidas dentro de los reinos de la materia. Las vivencias hacen germinar la semilla espiritual, así como el agua y los nutrientes de la tierra hacen germinar una semilla en nuestro planeta. Sin embargo, incluso alcanzando la más elevada perfección en la evolución espiritual, lo que posibilita a la criatura humana desarrollada reingresar conscientemente en el reino espiritual, el Paraíso, aun así, ella no será más de que una gradación tornada forma de irradiaciones superiores, una copia de las verdaderas “imágenes de Dios” mencionadas en la Biblia, que son espíritus originarios, que viven y actúan en esferas superiores al Paraíso. Ella podrá llegar allá como una Wolffia y desarrollarse continuamente hasta una Titan, o aún más, pues el límite del espiritual humano se encuentra más arriba de él y no para los lados. Dentro del mundo espiritual que le cabe, el ser humano espiritual podrá desarrollarse cada vez más, sin ninguna restricción. No obstante, nunca llegará a ser una secuoya, pues esta, alegóricamente hablando, se encuentra en una esfera espiritual superior. En esta analogía, las secuoyas son las verdaderas imágenes del Omnipotente Creador, mientras que las especies que pueden vivir y florecer en el Paraíso son copias de esas imágenes.
Mientras estemos vivenciando y aprendiendo en planos inferiores al Paraíso, como aquí en esta Tierra, dentro del proceso de perfeccionamiento continuo de la autoconsciencia individual, aún no somos ni siquiera una copia de una imagen del Creador, pero, a lo máximo, el bosquejo de una copia. Ni siquiera somos una Wolffia aún. En la actual etapa de nuestra evolución aquí en la materia no somos más de que una inacabada gradación espiritual en proceso de desarrollo, con vistas a alcanzar futuramente una graduación más perfeccionada. Nuestra forma humana espiritual no está aun totalmente lista y acabada, al contrario, ella se encuentra presentemente moldeada de acuerdo con nuestro grado de concientización; prosiguiendo en el proceso de desarrollo a medida que evolucionamos espiritualmente. Solamente en el reino espiritual seremos finalmente copias concluidas de las previamente existentes imágenes de Dios. Copias que pueden tornarse más y más perfeccionadas, en un mejoramiento sin fin, pero permaneciendo siempre solamente copias.
“En el fondo, el germen espiritual sigue siendo siempre una entidad exclusiva. Como ya he indicado repetidas veces, el germen espiritual, después de su peregrinación a través de la poscreación, que es imagen auto activa de la creación propiamente dicha, toma, en el curso de su evolución y según el grado de consciencia que haya alcanzado, las formas humanas que nos son conocidas, las cuales son reproducciones de las criaturas originarias hechas a imagen y semejanza de Dios.”
(Sexo)
“Sólo los seres creados son imágenes de Dios. Son esas criaturas originarias de la creación propiamente dicha, a partir de las cuales se ha formado todo lo demás en evoluciones posteriores, y en cuyas manos está la suprema dirección de todo lo espiritual. Son los seres ideales, prototipos eternos para todas las generaciones humanas. El hombre terrenal, en cambio, no ha podido evolucionar más que partiendo de esa perfecta creación y tratando de imitarla, transformándose de germen espiritual insignificante e inconsciente, en una personalidad consciente de sí misma.
Al alcanzar su perfección mediante la prosecución del recto camino dentro de la creación, se convierte — sólo entonces — en una reproducción de esas imágenes de Dios, pero sin llegar a ser jamás una imagen propiamente dicha. Entre ésta y el hombre media un inmenso abismo.”
(La Criatura Humana)
Nuestra forma espiritual puede y debe continuar mejorando, perfeccionándose cada vez más, hasta alcanzar la belleza y la perfección necesarias para el ingreso en el reino espiritual, en el Paraíso:
“Estimulado por ello, la alegría experimentada junto a lo puro y elevado irá intensificándose progresivamente y le elevará más y más. Su cuerpo etéreo, impregnado de ese sentimiento, se hará más sutil y menos denso cada vez, de tal suerte que el resplandor del núcleo sustancial-espiritual irá surgiendo de su interior más radiante cada vez, y, finalmente, las últimas partículas de ese cuerpo etéreo se consumirán en forma de llama, con lo que ese espíritu humano perfecto, consciente, personal y de naturaleza absolutamente sustancial-espiritual, podrá rebasar los límites de la sustancialidad espiritual.”
(Las Regiones Luminosas y el Paraíso)
Del germen inconsciente hasta una personalidad autoconsciente de un espíritu humano perfecto… ¡Un largo camino que cada uno debe desbravar por sí, una larga jornada que cada cual debe recorrer solo!
El industrial norteamericano Charles Schwab (1862 – 1939) solía decir que “la personalidad es para el ser humano lo que el perfume es para la flor.” Es una buena analogía, porque no solo los perfumes emanados de las flores son diferentes, como ellas mismas se distinguen en muchos aspectos. Así acontece también con los espíritus humanos, cuyas personalidades se van formando y robusteciendo poco a poco en sus muchas vidas en el Más Acá y en el Más Allá. Cada uno moldea por sí y para sí su propia personalidad, su autoconsciencia, a través de las vivencias por las cuales pasa. Y esa personalidad moldeada será siempre útil y benéfica caso haya sido formada en consonancia con las leyes naturales. Las personalidades humanas no son iguales y ni sería deseable que fuesen. La pluralidad de formas y perfumes de las flores es lo que alegra el ambiente y adorna la vida.
Como todo en la Creación emite irradiaciones, así también las emiten las semillas o gérmenes espirituales. En verdad, cada cuerpo, en cualquier plano de la Creación, es un punto de transformación de las irradiaciones que le dieron origen. Aquí en la Tierra de materia física también es así, sea ese cuerpo originado del reino mineral, vegetal o animal.
La semilla espiritual, pues, también emite continuamente irradiaciones. Ella igualmente va “brotando” poco a poco, a medida que comienza a aprender mediante las múltiples vivencias proporcionadas por las vidas en los reinos de la materia, tanto en el Más Acá como en el Más Allá, que sobre ella actúan como el Sol, la lluvia y la tierra con sus compuestos nutritivos actúan sobre las semillas de plantas terrenas. Esa contingencia promueve la germinación de la semilla espiritual, expandiéndola y dando a ella paulatinamente la forma de un ser humano espiritual, forma esta que va tornándose cada vez más definida y bella a medida que aumenta la propia auto concientización en el sentido correcto.
“El espíritu del hombre terrenal ya lleva todos sus elementos incluidos en el germen espiritual y no necesita más que desarrollarlos para llegar a ser consciente.”
(El Círculo de la Sustancialidad)
El proceso es muy parecido con el germinar de una semilla en la tierra. Por cierto, no podría ser diferente, porque todo en la obra de la Creación son propiamente repeticiones de procesos que se efectúan de gradas en gradas en los respectivos planos, según leyes originales. Sólo la forma cambia, porque esas leyes actúan ajustadas al respectivo plano, aunque sean siempre las mismas leyes.
Aquí, en la Tierra, la ley del desarrollo permanente estipula el germinar y el crecer de una planta, que por fin se transforma en un árbol bello y fuerte, apto a beneficiar el respectivo plano de la Creación con su sombra, sus flores y sus frutos. En el libro “El Nacimiento de la Tierra”, Roselis von Sass dice que la palabra “Tierra” significa “campo de desarrollo”. En nuestra analogía con el reino vegetal, tenemos desde árboles inmensos e imponentes, con más de cien metros de altura, hasta musgos menores de un centímetro. Si imaginamos los árboles más majestuosos simbolizando los primeros espíritus que tomaron forma, en planos superiores al Paraíso, y que nunca tuvieran que encarnarse en la tierra, las verdaderas “imágenes de Dios” entonces los espíritus humanos, cuando plenamente desarrollados, en su retorno a la patria espiritual, podrían ser comparados, cómo ya fue dicho, en sus etapas iniciales de desarrollo en las regiones del Paraíso, a la minúscula Wolffia.
La analogía con el reino vegetal, con sus semillas y respectivos desarrollos, se torna bastante aclaradora porque también el ser humano se origina de una semilla. Una semilla espiritual, que igualmente germina en los mundos materiales, por medio de vivencias, pudiendo por fin producir el fruto de ella esperado: un espíritu humano completo, capaz del mismo modo de beneficiar de forma múltiple la Creación de la cual se originó.
¿Qué es, por cierto, una semilla? Semilla o simiente, por definición, es un óvulo maduro que contiene un embrión, cuya finalidad es garantir la sobrevivencia de ese embrión y, de esa forma, de la especie que le dio origen. ¿No nos parece familiar? Incluso nuestro cuerpo terreno también se originó de una semilla, llamada de “zigoto”, que no es nada más que una célula embrionaria. Envuelto en nutrientes y sometido a condiciones propicias, recibiendo estímulos todo el tiempo, el minúsculo zigoto acaba dando origen al cuerpo humano.
La semilla o simiente de una planta es igualmente una cápsula que contiene un embrión en vida latiente, el cual, dependiendo de las condiciones ambientales, podrá venir a tornarse una planta vigorosa o incluso a un árbol frondoso. La semilla es, por tanto, una envoltura que encierra perspectivas. Cuando las condiciones externas se hacen favorables, el proceso de metabolismo tiene inicio y la semilla germina, o sea, se torna apta a crecer y desarrollarse. Esas condiciones externas son básicamente agua en cantidad correcta, oxígeno y temperatura adecuada. La germinación de una planta es, por tanto, el proceso inicial de crecimiento de una semilla o esporo, bajo condiciones propicias de desarrollo. Hablando un poco más técnicamente, la humedad provoca la hinchazón de la semilla vegetal, llamada de embebida, permitiendo la entrada de oxígeno que, direccionado a las células embrionarias, provoca reacciones metabólicas que movilizan las reservas energéticas contenidas en una determinada parte de la semilla, llamada de endospermo. Esas reservas energéticas, a su vez, son utilizadas por el embrión en desarrollo. Solamente después de que aparezcan las raíces, es que la semilla que brotó pasa a hacer uso de los nutrientes de la tierra.
La semilla de un espíritu humano es igualmente una cápsula de perspectivas, de grandes perspectivas, que encierran una promesa, pues ella puede venir a generar un espíritu humano completo, plenamente consciente de sí y del mundo en que vive.
“Cada uno de esos gérmenes espirituales lleva en si las mismas aptitudes, puesto que todos proceden de un espíritu. Todas y cada una de esas aptitudes son otras tantas promesas latentes que habrán de cumplirse necesariamente en cuanto aquéllas lleguen a desarrollarse, es decir, ¡solamente en tales circunstancias! Esas son las perspectivas que se presentan ante cada uno de esos gérmenes en el momento de su siembra.”
(El Hombre y Su Libre Albedrío)
Si los gérmenes espirituales promanan de “un espíritu”, entonces no pueden traer nada de divino en sí, pues ese “espíritu” es una obra del Espíritu Santo, la voluntad de Dios que actúa en la Creación. El “espíritu”, la obra, no es una parte del propio Espíritu Santo.
“El Espíritu Santo creador, es decir, la Voluntad viva de Dios, no quedó absorbido por aquello que él creó. Tampoco se desprendió en ello parte alguna de él, sino que permaneció por sí mismo enteramente fuera de la Creación. La Biblia lo expone claramente con las palabras: “El Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas”, ¡no Dios en persona! ¡En eso hay una gran diferencia! Por tanto, el hombre no lleva en sí nada del Espíritu Santo, sino del espíritu, que es una obra, un acto del Espíritu Santo.”
(Errores)
La posibilidad de desabrochamiento está contenida en el germen espiritual, así como está también contenida en una semilla terrena. Cuando depositado en un suelo adecuado, constituido de una materia diferente de la que vemos, más etérea, y sometida a influencias externas, la semilla espiritual humana igualmente “brota” en aquella región, dando origen, por fin, a una forma humana espiritual. Tal proceso requiere bastante tiempo, pues las influencias que promueven la lenta concientización del germen espiritual son las vivencias que él experimenta en sus vidas en el Más Allá y en el Más Acá. Son esos los “nutrientes” que la semilla espiritual necesita para poder desarrollar sus dádivas latentes.
“Así como el verdadero y misterioso desarrollo del grano de trigo tiene lugar dentro de la Tierra, del mismo modo la evolución fundamental del germen espiritual se realiza en el seno del conjunto material.”
(¡Yo Soy la Resurrección y la Vida!; ¡Nadie Viene al Padre, sino por Mí!)
“Únicamente en el campo de siembra de la materialidad puede madurar ese germen espiritual hasta convertirse en espíritu humano consciente, del mismo modo que el trigo se transforma en madura espiga al germinar en el trigal.”
(¡Padre, Perdónalos Porque No Saben lo que Hacen!)
El núcleo de la semilla espiritual, sin embargo, permanece irradiando dentro del espíritu humano que está tomando forma a partir del desarrollo externo de esa misma semilla. Ese núcleo es una dádiva del Amor Divino que cada semilla espiritual recibió en su salida del Paraíso. Encandecido por la irradiación del Amor, ese núcleo irradiante pulsa en el cuerpo espiritual, a la semejanza del corazón en el cuerpo físico.
Y de esa forma, al final de un largo proceso de concientización surge una nueva criatura plenamente desarrollada: un espíritu humano completo, totalmente consciente de sí y de la Creación de la cual se originó, munido de órganos espirituales y de un corazón espiritual irradiante, impulsado por un amor y una gratitud inmensos, incondicionales, al Creador y a todo lo que fue creado.
Tal espíritu plenamente desarrollado se sentirá de inmediato deudor con relación a su Dios, que le regaló tan ricamente con la vida consciente. Y él es, de hecho, un deudor, un eterno deudor que, mediante actividad alegre y productiva, podrá colaborar en adelante y para siempre en el perfeccionamiento de los mundos situados abajo del plano espiritual, del Paraíso, que es ahora su Patria definitiva. Él busca de esa forma, con esa actividad llena de gratitud en pro del desarrollo progresivo de la Creación, dar una pequeña cuota de retribución, un mínimo de compensación al Todopoderoso por Su inconcebible bondad. Ese espíritu humano desarrollado nunca va a poder saldar completamente su deuda, al contrario, permanecerá siempre un eterno deudor del Omnipotente. Sin embargo, el movimiento continuo de todo su ser, pleno de gratitud y actuando exclusivamente dentro de la voluntad del Altísimo, le permite disfrutar una vida consciente y productiva por toda la eternidad.
“Todo el que se someta voluntariamente a esas leyes, hará siempre lo que es justo. Así patentizará la veneración que siente por la Sabiduría de Dios, acatando gozosamente Su Voluntad impuesta en las leyes. Los efectos que se deriven de ellas le proporcionarán protección y le servirán de estímulo, le librarán de toda pena y le transportarán hasta las cumbres donde se halla el reino del Espíritu luminoso, allí donde la suprema Sabiduría de Dios se presenta en todo su esplendor y se convierte en una jubilosa experiencia personal para cada uno de los moradores, allí donde la Vida misma es un continuo adorar a Dios, donde cada hálito, cada sentimiento, cada acción, están impregnados de un agradecimiento pleno de alegría que se convertirá en fuente inagotable de felicidad. Ese agradecimiento nacido de la felicidad, a su vez, siembra felicidad y vuelve a producir felicidad.”
(Adoración a Dios)
Volvamos al germen espiritual. Cuando la semilla proveniente del reino espiritual zambulle en los reinos de la materia para cosechar las vivencias que necesita, sus envolturas materiales y sustanciales ya fueron moldeadas, trayendo de antemano la forma humana. Eso ocurre debido a la irradiación propia e innata, inconsciente hasta entonces, de esa semilla sobre sus envolturas más externas. Entretanto, la forma humana espiritual solo surgirá con la irradiación de la semilla espiritual ya tornándose consciente por las vivencias, forma esta que va haciéndose cada vez más definida mientras más avanza el proceso de auto concientización. Antes del surgimiento de la forma humana espiritual, el germen en desarrollo aún no puede ser considerado un ser humano.
“Mientras el espíritu humano no posea más consciencia que la de su existencia, tiene que conservar el nombre de germen espiritual, aun cuando su envoltura ya tenga forma humana. Solamente cuando, en el curso de la evolución ulterior, ha alcanzado la consciencia de sí mismo, deja de ser germen de espíritu humano y se convierte en espíritu humano.”
(Gérmenes Sustanciales)
“Lo que no tenga la forma humana fundamental, tampoco puede ser conceptuado como ser humano. Así tenemos, por ejemplo, que un germen espiritual, en sus diferentes grados evolutivos, no es todavía un ser humano, pero, no obstante, no tendría las anormales formas que describen los perniciosos fantasiosos.”
(¡Desechad a los Fariseos!)
Y si un ser humano, por algún motivo, deja oscurecer su espíritu a tal punto que su forma espiritual no se torne más reconocible, entonces él también no puede más ser considerado un ser humano:
“En las esferas oscuras y más sombrías de la materialidad física media y sutil, pueden encontrarse formas fantásticas con rostros humanos, semejantes a animales, que corresponden siempre a la manera en que un espíritu humano ha pensado y obrado en la Tierra. Sin embargo, en la mayoría de los casos, esas formas sólo son productos del pensamiento humano. Llevan temporalmente el rostro del hombre que las engendró, porque, siendo hijos de sus pensamientos, han procedido de él.
Y si un ser humano ha llegado a ser tal que se consume literalmente en odio, envidia o en una cualquiera de las malas pasiones, sucede que, fuera de la pesadez terrenal, se forma un cuerpo de esa especie alrededor de su espíritu. Ahora bien, con ello ha perdido, también, todo derecho a ser hombre, por lo que no debe ni puede tener ningún parecido más con la forma de las reproducciones de los seres creados a imagen de Dios. Entonces, deja de ser realmente hombre para convertirse en un ser degenerado que aún es desconocido de los hombres terrenales y que, por tanto, no ha podido ser designado, todavía, por ellos con un nombre.”
(¡Desechad a los Fariseos!)
El ser humano entonces puede dejar de ser un “ser humano” si decae mucho, a punto de su forma espiritual no pueda tornarse reconocible por la condensación de un cuerpo fino material corrompido sobre ella. Cuando, por ejemplo, al depararse con un crimen atroz, alguien comenta “que no entiende cómo un ser humano es capaz de tal cosa”, en realidad está diciendo algo muy verdadero.
Entretanto, no es solamente de esa manera que un ser humano puede dejar de serlo, es decir, no poder ser más considerado como un ser humano. No es necesario que decaiga de ese modo para que deje de ser un ser humano verdadero. Basta que no permita a su espíritu actuar como fue previsto, que es su principal misión en la Creación (además de ser una contingencia necesaria al desarrollo del propio espíritu), para que un ser humano que ya haya alcanzado un nivel de autoconsciencia no pueda ser más considerado como un ser humano genuino.
“Pero, por mi Mensaje, ya sabéis que ese espíritu es lo único que da al hombre su carácter humano, y que el hombre no puede ser tal sino por él.
Asimismo, eso os prueba de que, bajo el punto de vista de la Luz, ninguna de las criaturas terrenales que, hoy día, mantienen prisionero al espíritu puede ser considerada como ser humano.
El animal no tiene nada espiritual; de ahí que tampoco puede llegar a ser hombre jamás. Y el ser humano que sepulta a su espíritu y no le deja ejercer su actividad — esa actividad que es, precisamente, lo que hace de él un ser humano — no es, en realidad, un hombre.
Llegamos, así, a un hecho que todavía no ha sido objeto de mucha consideración: digo que el espíritu es lo que imprime en el hombre el sello humano, lo que hace de él un ser humano. En la expresión “hacer de él un ser humano” va implícita la idea de que el espíritu sólo puede hacer de la criatura un ser humano por su actividad.
Por tanto, no basta llevar en sí un espíritu para ser hombre, sino que la criatura se convierte en ser humano únicamente si deja que el espíritu actúe como tal dentro de ella.”
(El Alma)
Por fin, el ser humano también puede dejar de ser un ser humano caso su forma espiritual sea extinta en la llamada muerte espiritual, la condenación eterna, que corresponde a la “segunda muerte” mencionada en el libro del Apocalipsis (Ap.2:11; 21:8). La condenación eterna consiste en la extinción definitiva de la forma espiritual humana que ya había sido obtenida, y que se descompone, desapareciendo de esa forma también para siempre la consciencia del “yo” espiritual, puesto que esa forma solo puede surgir con el paulatino desarrollo de la consciencia. Ciertamente no es necesario aclarar cuan horrible es ese acontecimiento. De esa posibilidad podemos distanciarnos cada vez más en la exacta medida de nuestros esfuerzos en vivir en conformidad con las leyes que gobiernan la Creación.
La concientización es la formación propiamente del espíritu humano, el “yo” de cada uno de nosotros. Solo estamos aptos a sentir hoy, de modo claro, ese “yo” como siendo realmente nuestra esencia, porque nos volvemos espíritus humanos desarrollados, aunque no hayamos llegado al final del proceso de auto concientización. Pues si estamos en la Tierra es porque el desarrollo de nuestro espíritu, de nuestro “yo”, aún no está concluido. Solamente con el resultado de múltiples vivencias en el Más Acá y en el Más Allá –que se funden en el reconocimiento y en la más plena convicción de la inquebrantable actuación de las leyes naturales– es que un espíritu humano alcanza, por fin, a través de su voluntad y esfuerzo propios, un grado de perfección tal que le permite reingresar en el Paraíso de modo consciente. Ese proceso independe de las creencias en que fue educado y bajo las cuales vivió en la Tierra. Entrará en el Paraíso si adquiere la pureza compatible a ese reino espiritual.
“¡Aspirad, pues, oh hombres terrenales, a poder entrar en el reino del espíritu como seres completamente maduros!”
(Gérmenes Espirituales)
El lento proceso de formación y perfeccionamiento del espíritu humano, así como de la propia Creación, es semejante al moldeamiento de pensamientos por la fusión de ideas análogas:
“Tal como la unión actúa en el caso de un solo pensamiento, constituyendo, puliendo y configurando, así sucede también en el caso del hombre mismo y de la Creación entera, que, en un incesante unirse de formas individuales ya existentes, es objeto de constantes remodelaciones en virtud de la fuerza de la voluntad, abriéndose así el camino que conduce hacia la perfección.”
(El Silencio)
En el inicio de la conferencia “La creación del hombre”, Abdruschin alude a la imagen bíblica de la creación y animación del ser humano a través del “soplo” de Dios:
“‘Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza, y sopló en él Su aliento’. Dos procesos en sí: la creación y la animación.”
Las influencias que determinan el proceso de germinación de las semillas espirituales se asemejan realmente a un hálito de vida proveniente del Creador, el Origen y Fuente de toda la vida, conforme está descrito en el libro del Génesis: “Él sopló en su nariz el aliento de vida; y el hombre se convirtió en un ser vivo” (Gn2:7). Después de creado por la Voluntad de Dios, el hombre es entonces vivificado por el soplo del Creador, que lo anima con Su aliento. Es en ese sentido que se insiere, por ejemplo, el testimonio del personaje Elifaz, amigo de Job, transcrito en el libro bíblico del mismo nombre: “El Espíritu de Dios me creó, y el soplo del Todopoderoso me dio la vida” (Job33:4).
Ese “hálito” de Dios, que concede la vida, es pleno de amor por Sus criaturas, conforme Roselis von Sass escribe en El Libro del Juicio Final: “¡Amor es vida! ¡El amor es el ‘hálito’ de Dios en el Universo!” En la conferencia “El hombre y su libre albedrio”, podemos leer la siguiente información complementar:
“Por muy sutiles que sean las manifestaciones de esas irradiaciones que recorren como un soplo toda la materialidad, siempre serán suficientes para despertar la sensible voluntad del germen espiritual, y para hacerle prestar atención.”
En el alemán, lengua original en que fue escrito el Mensaje del Grial, el vocablo traducido en la frase de arriba como “soplo” es Hauch, que también puede ser traducido por “hálito”. Ese concepto también fue utilizado por la señora Roselis von Sass para describir la difusión del amor del Creador dentro de la Creación, capaz de provocar el despertar de las semillas espirituales humanas, que lentamente, paulatinamente, forman el espíritu humano consciente, el “yo” de cada uno.
Sin embargo, ese “yo” espiritual, aún en proceso de desarrollo en la materialidad, ya trae consigo la capacidad de generar formas, en graduaciones naturalmente más bajas (como un punto más de transformación de las irradiaciones que le dieron origen), quiera que sean provenientes de la intuición —próvidas de un núcleo sustancial impulsador— quiera que sean generadas por la actividad del cerebro terreno, mediante las formas mentales. Por tanto, incluso un ser humano que aún no está totalmente desarrollado ya puede contribuir para el perfeccionamiento del plano de la Creación en que vive y actúa. El grado de evolución de su espíritu se evidencia por la seriedad y sinceridad con que busca conocer a fondo la voluntad de su Creador y el esfuerzo que emplea en pautar su vida dentro de esa voluntad, generando, por consiguiente, solamente bellas y benéficas formas de intuiciones y de pensamientos.
A pesar de que somos solo una graduación de irradiaciones más elevadas, somos capaces de generar formas con nuestros pensamientos e intuiciones, lo que a su vez constituyen una nueva graduación hacia abajo. Así, también podemos colaborar, en el caso de una voluntad pura, para el perfeccionamiento continuo de la Creación de la cual nos originamos.
Repitiendo: Tan solamente las múltiples vivencias proporcionadas por las varias vidas en el más acá y en el más allá de los reinos materiales es que permiten la formación del espíritu humano, oriundo de la semilla espiritual, cuyo núcleo más intrínseco, continúa, como chispa espiritual, cintilando dentro de él, a semejanza de un corazón. Únicamente lo que es vivenciado, lo que es efectivamente experimentado, se torna algo propio, personal, individual, contribuyendo para la formación, madurez y evolución del espíritu humano.
Por eso, las vivencias son tan importantes, sean ellas de dolor o de alegría. Y por eso, también, es importante vivir plenamente en el presente, sin perderse exclusivamente en recuerdos del pasado y devaneos del futuro, pues de lo contrario no hay un real vivenciar del espíritu.
“Dichoso aquél que pueda considerar como suyas muchas experiencias de peso, no importa que haya sido el dolor o la alegría lo que las haya producido; pues las impresiones causadas serán un día el más valioso tesoro que un alma humana pueda portar consigo en su camino hacia el más allá.”
(Erase una vez)
“Si no vive de esta manera, tampoco podrá madurar, pues la maduración depende solamente de las experiencias vividas.
Ahora bien, si durante su existencia terrenal no vive el presente constante e intensamente, regresará con las manos vacías y se verá obligado a recuperar el tiempo perdido, por no haber estado despierto ni haberse apropiado de nada mediante las experiencias vividas.”
(¡Vivid el presente!)
Cuando estudiábamos ciencias en la escuela, la mejor parte eran las clases de laboratorio, mucho más divertidas e instructivas que las teóricas. En muchos cursos superiores, la parte práctica de la disciplina también tiene gran importancia, ayudando a sedimentar lo que fue ministrado en las clases teóricas expositivas. Para el aprendizaje escolar, la experiencia es, entonces, de gran importancia. En la escuela de la vida no puede ser diferente. Solo que no debemos decir “aprendizaje”, pero si asimilación. Lo que es aprendido se queda adscrito al ámbito terreno, no sigue con nosotros cuando pasamos para los mundos del más allá. Solo lo que es asimilado en el alma lo llevamos con nosotros después de la muerte, al paso que lo que fue aprendido se queda atrás.
E incluso ese aprendido es una porción muy pequeña de todo lo que nos fue enseñado a lo largo de la vida. “Gran parte de todo aquello que aprendemos, de todas las innúmeras memorias que formamos en la vida, se extingue o se pierde”, dice el neurocientífico Dr. Iván Izquierdo. Y agrega: “Tenemos más memorias extintas o casi extintas en nuestro cerebro que memorias enteras y exactas, y es fácil demostrarlo: basta pedir a cualquier persona que relate todo lo que aconteció en el año pasado o en el día de ayer. Podemos hacerlo en pocos minutos”.
Solo lo que fue asimilado en el alma, lo que en ella dejó una marca indeleble, se tornó cosa efectivamente nuestra, que llevamos realmente para el otro lado, como único substrato y lucro de la vida terrena. Es este el “lucro” o los “intereses” de la aplicación de los talentos, del cual nos habla una de las más significativas parábolas de Jesús (http://bit.ly/30i9awh). Cuando dejemos esta Tierra, llevaremos todo lo que somos y dejaremos todo lo que tenemos. Llevaremos una personalidad perfeccionada por vivencias, dejando para atrás no solamente los bienes, pero también todo lo que fue simplemente estudiado y memorizado.
Sin embargo, el largo proceso de concientización humana a través de vivencias no ocurre al mismo tiempo para todos. Al contrario, cada uno sigue por sus propios caminos de elecciones personales, lo que hace con que la concientización se consolide en más o menos tiempo, dependiendo de cada caso. Las semillas de las plantas también brotan y evolucionan en velocidades diferentes, dependiendo de las condiciones ambientales.
Visto desde arriba, las semillas humanas recorren caminos más rectos y directos de vuelta al reino espiritual, o más largos y desplazados, cómo arcos de parábolas, dependiendo de sus elecciones. Cuanto más un espíritu en desarrollo busque comprender de manera correcta la voluntad de su Creador, esforzándose en vivirla y cumplirla en todas las situaciones de la vida, más próximo estará su camino de retorno a un eje recto y ascendiente, previsto para quien mantiene el libre albedrío espiritual libre, el cual escogerá siempre el camino más corto y más rápido hacia el alto.
En contrapartida, mientras más errores y fallas el espíritu humano en evolución cometa por el desvío voluntario con relación a las leyes establecidas por el Creador, que traducen Su voluntad, mucho más demorado será el proceso de retorno al Paraíso (porque demandará más reencarnaciones que las diez inicialmente previstas), y mucho más alejado de aquel eje directamente direccionado hacia arriba será también el recorrido por él trillado. Y si ese espíritu se aleja demasiado de la voluntad de su Creador, sin importarse en conocerla, actuando en sentido contrario a las leyes que Él insertó en la Creación, no obstante, los graves efectos retroactivos oriundos de su karma personal, entonces su pretendido camino de vuelta podrá alejarse tanto del eje rectilíneo preconizado por esas leyes, que él acabará perdiéndose para siempre, sin poder retornar. Se hundirá para mundos lúgubres, cómo resultado de la ley de gravedad espiritual, y nunca más podrá regresar como espíritu autoconsciente a la Patria espiritual. Y de ese modo, no le será permitido completar el curso de desarrollo previsto para él, por culpa de él mismo. En esa situación, el abortado proceso de evolución equivale a una semilla de planta que no llegó a brotar, o que brotó de modo débil y que no consiguió desarrollarse.
“Como quiera que, según las leyes impuestas por la Voluntad del Padre en la creación, un ciclo no puede ser considerado como consumado y cerrado más que cuando el fin y el principio lleguen a juntarse, el proceso evolutivo de un espíritu humano tampoco quedará completado en tanto que no regrese a la espiritualidad de donde partió en calidad de germen.
Si se deja llevar hacia las Tinieblas, correrá el riesgo de ser arrastrado hacia los abismos, hasta la órbita más externa de su ciclo normal, no pudiendo, jamás, volver a encontrar el camino de la ascensión.”
(El misterio de Lucifer)
En el proceso de evolución espiritual, solamente es asimilado en el alma, como ya fue dicho, aquello que de hecho fue experimentado, vivenciado. Por eso, las vivencias, sean de alegría o de dolor, son gradas preciosas en la evolución espiritual, desde que, obviamente, el espíritu en cuestión reconozca a través de ellas la efectuación de las leyes que rigen la Creación, a la cual él mismo pertenece como criatura formada en una determinada graduación.
Todo lo que existe fuera del Creador es constituido de formas inconscientes o conscientes, con o sin voluntad propia, en graduaciones subsecuentes. Nosotros mismos, criaturas humanas, no somos más que una simple graduación, ocupando una grada especifica (y bien pequeña) en el conjunto de la obra de la Creación. Somos seres con voluntad propia, provistos de la capacidad de generar otras formas a través de nuestro actuar, pensar e intuir, en nuevas graduaciones descendientes. En una visión más ampliada, somos formas que generan otras formas.
En líneas generales, podemos decir que el cuerpo físico de la forma denominada “ser humano terreno” es la envoltura de su alma, y que el alma es la envoltura del espíritu. Aún hay una envoltura o puente de conexión entre el cuerpo físico y el alma, al que llamamos de “cuerpo astral”, constituido de materia física media.
Con excepción de la criatura humana terrena, que aún posee su cuerpo físico, el espíritu humano envuelto en sus varias envolturas (cuya cantidad depende del plano de la Creación en que él se encuentra) es llamado simplemente de “alma”. Solamente después de desvestir todas sus siete envolturas es que él puede ser llamado realmente y únicamente de “espíritu humano”. Abdruschin aclara esa circunstancia en la conferencia “Alma”:
“Por eso no cambia nada cuando el hombre terrenal se despoja del cuerpo físico. Sigue siendo el mismo ser humano, sólo qué sin envoltura física, a la que también permanece adherida la llamada corteza astral, que fue necesaria para la formación del cuerpo físico y procede de la materialidad física media.
Tan pronto como se ha desprendido el pesado cuerpo físico junto con el cuerpo astral, el espíritu queda revestido solamente de delicadas envolturas. En ese estado es cuando se llama al espíritu “alma”; para diferenciarlo del hombre terrenal de carne y hueso
Al ir ascendiendo, el ser humano va despojándose, poco a poco, de todas las envolturas, hasta que, por último, sólo conserva el cuerpo espiritual con envoltura espiritual, y así, convertido en espíritu desprovisto de toda envoltura de distinta especie, entra en el reino del espíritu.
(…)
En realidad, el espíritu es lo único a considerar tratándose de seres humanos. Todas las restantes denominaciones se refieren solamente a las envolturas que él lleva.
El espíritu es el todo, es lo esencial: el hombre mismo. Si lleva un cuerpo físico, además de otras envolturas, entonces se le llama hombre terrenal. Si se despoja de la envoltura terrenal, los hombres de la Tierra le consideran como alma. Y si también se desprende de las delicadas envolturas, se revela únicamente como el espíritu que siempre ha sido por razón de su naturaleza.
(…)
El alma es el espíritu ya desprovisto de materialidad física, con envolturas etéreas y sustanciales.
Para vuestro concepto, el espíritu debe de seguir siendo considerado como alma hasta que quede despojado de su última envoltura y sea capaz de entrar en el reino espiritual en calidad de espíritu puro.”
Los cuerpos con que el espíritu se envuelve –también podríamos decir mantos con los cuales él se reviste– no están por acaso apenas encajados unos sobre los otros, sino que son conectados entre sí por cordones de ligación, semejante al cordón umbilical en el recién nacido.
El cuerpo astral está estrechamente ligado al cuerpo físico. Permanece ligado a este por un cordón cuando el alma, dentro de él, deja el cuerpo durante el sueño, para cosechar vivencias en el mundo astral, o sea, en las planicies de materia física media.
Esas planicies son regiones donde el alma ingresa, primeramente, después del desenlace terreno. Allá también se encuentran los locales formados por los frutos de las emanaciones más densas del ser humano, es decir, de sus acciones. La materia física media, o mundo astral, envuelve estrechamente la Tierra de materia física densa, porque esta se originó de aquella, como un sedimento más pesado. El mundo astral surgió antes de la formación denso-material de la Tierra; él es el modelo de todo lo que existe en la esfera material física a nosotros visible. En ese mundo astral se quedan retenidas las almas “atadas a la Tierra”, debido a alguna acción deletérea en la época en que estaban encarnadas o debido a algún vicio o acentuada propensión por placeres terrenos.
“Tal sucede también con la satisfacción sexual, con el beber e incluso con la marcada propensión a comer. A causa de esta inclinación, muchos se ven obligados a merodear por cocinas y despensas a fin de poder contemplar cómo otros disfrutan de los placeres de la mesa, experimentando así una pequeña parte, por lo menos, de ese disfrute.”
(Atado a lo terrenal)
Si después de la muerte, el alma consigue adentrar luego en el plano de materia física media formado por sus acciones, sin que antes necesite permanecer atada a la Tierra, ella permanecerá allá de modo a vivenciar todo lo que provocó con sus actos mientras estaba encarnada en la Tierra. Solo después de extinto por el vivenciar y por el reconocimiento de lo que fue correcto y de lo que fue errado en sus acciones en la Tierra, es que el alma consigue proseguir en su camino ascensional hasta la parte etérea de la materia física, donde encuentra las regiones moldeadas por sus formas mentales y también de sus intuiciones. En esas regiones, ella permanecerá hasta conseguir también libertarse vivencialmente, en un determinado plazo, de las culpas y errores ocasionados por malos pensamientos y malas intuiciones que produjo cuando vivía en la Tierra. En todas esas regiones ella es obligada a cosechar integralmente lo que sembró y que aún no había sido redimido mientras vivía en carne y sangre. Son esas las obras que nos aguardan cuando dejemos la Tierra de materia física.
“La ligazón espiritual con todas tus obras sigue manteniéndose sólida; pues también las obras terrenales, materiales, tienen un origen espiritual por efecto del pensamiento engendrador y continúan subsistiendo, aun cuando todo lo terrenal haya desaparecido. De aquí que sea justo decir: ‘Tus obras te esperan en la medida en que falten por alcanzarte sus efectos retroactivos.’”
(El Silencio)
“De aquí que sea justo decir: “pues vuestras obras os seguirán”. Las creaciones del pensamiento son obras que os esperarán un día.”
(Despertad)
“Los frutos de cada pensamiento repercuten en vosotros mismos, ya sea aquí o allá, y sois vosotros los que debéis comer de ellos. ¡Ningún ser humano puede rehuir este hecho!”
(Ascensión)
“Todo cuanto el hombre haya pensado y sentido en la Tierra, incluso las estrictas y justas consecuencias de sus obras, espera a ser expiado.”
(Las Pequeñas Sustancialidades)
Pensamientos son obras que nos esperarán, así como sentimientos intuitivos y acciones. No es necesario aclarar especialmente que, para casi la totalidad de las personas, las regiones de materia física media y etérea en que tendrán que ingresar después de la muerte terrena, no son nada apacibles.
Antes del pecado original, no existían regiones lúgubres formadas por esas especies de materia física, moldeadas por el actuar errado y por el mal pensar de la criatura humana. La materia etérea es constituida de otra especie de materia, totalmente distinta de la materia física, pero que también deberá ser recorrida por un alma en sus caminos ascensionales en el Más Allá. Todo eso es denominado indistintamente de “Más Allá”, que podríamos del mismo modo llamar de “mundo más etéreo o fino”, para diferenciar de la materia física absoluta que presentemente habitamos.
Continuando con el cuerpo astral, por ocasión de la muerte terrena el alma busca alejarse de esa envoltura de materia física media (que continúa ligada al cuerpo físico), a fin de libertarse de los lazos terrenos. Mientras perdure el cordón de ligazón del alma con el cuerpo astral, y de este con el cuerpo físico, es posible un resucitar del cuerpo terreno después de la muerte, tal como ocurrió en el milagro efectuado por Jesús con relación a Lázaro y al hijo de la viuda de la ciudad de Naín. Pero después de roto ese cordón de ligazón entre el alma y el cuerpo astral (alma cuya camada más externa en ese momento es el cuerpo auxiliar de materia física fina o etérea), ya no es más posible un retorno a la vida en el mismo cuerpo terreno muerto.
Jesús pudo traer de vuelta aquellas almas a la vida en los respectivos cuerpos porque ellas aún estaban ligadas a estos por el respectivo hilo o cordón, conforme acontece durante algún tiempo con todos los desenlaces terrenos. Él las llamó de vuelta durante ese periodo de ligazón, “antes que se rompiese el cordón de plata”, conforme fue muy bien descrito en el libro de Eclesiástico (cf. Ecl.12:6).
Durante el periodo de ligazón de ese cordón, que varía de persona para persona, el alma permanece conectada al cuerpo terreno después de la muerte, a través del cuerpo astral. Sin embargo, después que esa ligazón se rompe es imposible un retorno a la vida terrena en aquel mismo cuerpo. En los dos casos mencionados esa ligazón aún subsistía, y Jesús, haciendo uso de la fuerza divina que se encontraba en él, llamó de vuelta aquellas almas para sus cuerpos terrenos. Esa misma fuerza permitió la reactivación de las células y de los órganos paralizados para un perfecto funcionamiento. Lo mismo aconteció en la resurrección de la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga. Al llamado del Maestro, el alma de la niña volvió al cuerpo y ella continuó viviendo. Sobre ese episodio, el evangelista Lucas narra: “Él, sin embargo, tomándole la mano, la llamó diciendo: ¡niña, levántate! El espíritu de ella volvió y, en el mismo instante, ella se quedó de pie” (Lc.8:55). El espíritu volvió porque aún estaba ligado al cuerpo a través del cordón que une a el alma. Fue exactamente eso lo que aconteció.
Los antiguos hebreos sabían muy bien que el alma del fallecido permanecía durante algún tiempo al lado del cuerpo y ligado a este; pero creían que eso seguía una norma fija de tres días para todos, de modo que en el cuarto día no podría haber ninguna esperanza más de que un fallecido retornase a la vida. Por eso, la resurrección de Lázaro causó un asombro muy grande, ya que estaba sepultado hacían cuatro días cuando Jesús lo llamó de vuelta a la vida.
Es a través del camino de esos cordones de ligazón que la actividad del espíritu, la intuición, se hace presente y sensible para el ser humano terreno. En el cuerpo físico, el cordón de ligazón proveniente del cuerpo astral está anclado en el plexo solar, un agrupamiento de células nerviosas localizadas luego abajo del diafragma, ligando dos glándulas en la región llamada de “celiacas”. El plexo solar se subdivide en doce plexos secundarios, que constituyen los mecanismos interconectados al sistema nervioso.
La irradiación de la intuición es sentida por el ser humano terreno primeramente en ese punto de ligazón del alma con el cuerpo, en el plexo solar, el cual entonces la retransmite para el cerebelo. Por eso sentimos una presión en esa región cuando experimentamos algún abalo anímico, el conocido “frio en el estómago”. Recientemente, se descubrió varias conexiones del cerebelo para el cerebro anterior y, también, una directamente para la médula espinal, que es la porción alargada del sistema nervioso central, que, a su vez está conectado a las terminaciones nerviosas del plexo solar.
Ese camino de la actuación del espíritu hacia afuera, para la materia física, y viceversa, de las impresiones exteriores para el espíritu, solo se puede dar a una cierta edad del ser humano en crecimiento aquí en la Tierra, cuando su cuerpo en maduración pasa a emitir una irradiación capaz de conectarse a la irradiación proveniente del espíritu. Eso ocurre en la época de la adolescencia, cuando el irrumpir de la fuerza sexual altera la composición de la sangre y, consecuentemente, su irradiación. Esa irradiación modificada de la sangre posibilita la ligazón con la irradiación espiritual, que llega al cuerpo físico a través del camino de ligazón de las varias envolturas del espíritu. A partir de ese momento, el espíritu se torna capacitado a actuar plenamente en la materia, y hacer valer su voluntad en ella, desde que, naturalmente, el puente del cerebelo para el cerebro no esté demasiadamente obstruido.
Una vez más se reconoce que todo, realmente todo, está en las manos del propio ser humano. Únicamente él es el señor de su propio destino. Con sus palabras, pensamientos e intuiciones, él fornece los hilos con los cuales el telar de Dios teje su destino. Es su prerrogativa inalienable elegir lo que emite, pero después tendrá obligatoriamente que cosechar de vuelta todo lo que sembró, y de forma multiplicada, o sea, aumentada.
“Así como la cosecha produce el céntuplo de lo sembrado, del mismo modo recae sobre el hombre, siempre multiplicado, lo que él suscitó y emitió con sus propios sentimientos, es decir, según el género de su voluntad.”
(Responsabilidad)
Es únicamente el propio ser humano, siempre y siempre apenas él mismo, quien decide lo que va a encontrar en sus caminos de peregrino a través de la Creación: Dolor o alegría, sufrimiento o felicidad, enfermedad o salud, perdición o salvación. Él decide, él planta, él cosecha.
“Ahí no le servirán de nada ni subterfugios ni autoengaños. ¡Habrá de cosechar entonces lo que él sembró con su voluntad! Pondrá en marcha corrientes similares de otros mundos, en proporción exacta a la intensidad o debilidad de su voluntad, no importa que se trate de odio, envidia o amor. ¡Un hecho éste completamente natural de una inmensa sencillez y, no obstante, portador del efecto implacable de una justicia férrea!”
(Errores)
Entonces, vamos a decidir con más sabiduría y plantar solamente felicidad. Actuando de ese modo, cosecharemos únicamente bendiciones en nuestras peregrinaciones en busca de la concientización y perfeccionamiento de nuestro espíritu.
Roberto C. P. Junior
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Serie Ensayos Basados en el Mensaje del Grial
1) Parsifal y las Leyendas del Grial
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2) La Lanza Sagrada
– texto: https://bit.ly/EDSM-LANZA
3) El Sentimiento del “Yo”
– texto: https://bit.ly/EDSM-SENTIMIENTO
4) Intelecto, Intuición y Pureza de los Pensamientos
– texto: https://bit.ly/EDSM-INTUICION
5) La Eclosión
– texto: https://bit.ly/EDSM-ECLOSION
6) La Concientización del Espíritu Humano
– texto: https://bit.ly/EDSM-CONCIENTIZACION
7) Tópicos de Vida
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