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Un antiguo proverbio chino asevera: “Un poco de perfume siempre queda en las manos de quien ofrece flores.” Y es verdad… Cuando damos algo a alguien de corazón abierto estamos, en realidad, dando un regalo a nosotros mismos. Sí, porque por la actuación de la Ley de Retorno o Ley de la Reciprocidad, aquello que damos a otro siempre regresa a nosotros mismos.
No importa el tamaño ni el valor del regalo. Puede tratarse, incluso, solamente de una palabra en un momento difícil, de un pensamiento puro visando a una mejoría, o aún de una intuición radiosa de fortalecimiento. No importa. Incluso una flor aparentemente sin perfume dejará algún rastro de perfume en nuestras manos, pues lo que importa es que el regalo haya sido dado visando el bien del semejante, única y exclusivamente.
Por cierto, ese es el punto central en el acto de regalar. Si nuestra voluntad no apunta únicamente el bien del prójimo, entonces lo que le ofrecemos con nuestros pensamientos y sentimientos no será bello ni perfumado. Incluso vistosos regalos materiales no podrán ser mensajeros de alegría, porque lo que está por detrás de ellos no es legítimo. En suma, no serán más dádivas, sino, muy al contrario, una especie de “desregalos” malolientes, que igualmente retornarán a nosotros mismos, tarde o temprano, por efecto de la misma Ley de la Reciprocidad.
En el caso de una voluntad buena, de interés genuino por nuestro semejante, no hace ninguna diferencia el tipo de regalo, sino la actitud de donar algo desinteresadamente. De ese modo, el hilo de la buena acción quedará fijado en nosotros, y él formará el camino para que la reciprocidad nos traiga de regreso las bendiciones con que agraciamos a una persona. Si hoy ese acto ocurre solo raramente, en situaciones muy específicas, en el futuro será diferente. Después de la conclusión del actual proceso de purificación mundial, la alegría de nuestro semejante será nuestra propia alegría, y nuestra alegría será también la de él.
“En el futuro, vivirá exclusivamente para alegría de su prójimo y de sí mismo, sin llevar consigo el envidioso afán de conseguir lo que aún no posee.” (Abdruschin – En la Luz de la Verdad, Mensaje del Grial)
Roberto C. P. Junior
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