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La paciencia de la Naturaleza ha terminado.
Vamos tratar de visualizar lo que está sucediendo. El fenómeno es descrito como un calentamiento anormal de una franja de agua del Océano Pacífico, suficiente para desencadenar serios disturbios climáticos en todo el planeta.
“Franja”, mejor dicho, no es el término más apropiado, pues lo que las fotos de satélite muestran es una inmensa herida roja de millares de kilómetros de extensión por otros tantos de ancho, con una profundidad de centenas de metros. Esta vez El Niño mostró al mundo que se hizo adulto. Es el ‘Super El Niño”, posiblemente el más grande de todos los tiempos.
El hecho de que El Niño sea un fenómeno natural no significa que sea normal. Él debe ser visto, antes de nada, como una gravísima exhortación de la Naturaleza, que es realmente, direccionada de modo muy claro a la especie dominante del planeta. Las catástrofes que desencadena, lejos de ser meros caprichos climáticos, constituyen revides automáticos a la acción humana disgregadora y también advertencias muy serias, tal como la aceleración de todos los acontecimientos en el ámbito mundial. Es, por tanto, exactamente lo inverso de lo que proclaman los apaciguadores de turno, siempre lanzando mano de su bien abastecido stock de paños fríos para calmar los ánimos, en la forma de argumentaciones científicas pretensamente incontestables.
Es ese tipo de posicionamiento, falsamente tranquilizador, que contribuye para mantener la humanidad durmiendo espiritualmente, en la comodidad de su ya proverbial indolencia. Y que también ayuda a nutrir y conservar esa lasitud colectiva, induciendo la masa a aceptar apática y ávidamente cualquier lenitivo científico que las desobligue de pensar por sí mismas. Algunas pocas y melodiosas letanías intelectivas ya bastan para sumergirlas en un sueño de plomo, impidiéndolas de despertar, incluso con los estruendos de un mundo desmoronándose a su alrededor.
Sin embargo, cantinelas sedativas no son capaces de impedir catástrofes. La milenaria paciencia de la Madre Naturaleza con relación a su niño problema, el Homo dicho “sapiens”, ha expirado. Ella siempre fue una madre amorosa, colmando a la elevada especie espiritual de todo lo que necesitaba para disfrutar de una existencia saludable y plena de reconocimientos aquí en la Tierra. Pero, ¿qué es lo que ella recibió en retribución por sus dedicados cuidados? Destrucción de bosques, matanza de animales, contaminación del aire y de las aguas, envenenamiento de los suelos…
Y todos esos “regalos” aún vinieron envueltas en odio, codicia, envidia, guerras y perversiones. Los castigos que ella tuvo que aplicar a lo largo del tiempo en ese su hijo degenerado, en la forma de catástrofes y epidemias, no hicieron ningún efecto.
No fueron suficientes para hacerlo reflexionar y retornar al camino correcto. Por fin, quedó claro que ella misma acabaría asesinada por ese monstruo si lo permitiese, el cual ya se consideraba dueño y señor de ella misma, y así desobligado de cumplir sus leyes perfectas.
No es el ser humano que domina la Naturaleza, sino al contrario. Ahora ha llegado el tiempo, finalmente, de que él aprenda esa lección, de saber que es solo una criatura como cualquier otra, cosa que las demás especies de la Creación saben de memoria hace milenios, viviendo correspondientemente de acuerdo.
La llaga roja cíclica en el océano es un testimonio de las heridas continuas que la humanidad está imponiendo a la Naturaleza ya hace mucho tiempo. Pero es también una señal, para quien quiera ver, que la ultima fase de limpieza de la Tierra se encuentra en plena efectuación.
En un futuro próximo todas las especies, incluyendo ahí, también, un cierto número de seres humanos, integrarán una nueva Naturaleza, sanada y revigorada. El miembro gangrenado que aún hoy amenaza destruir lo que resta de sano en el cuerpo de la Creación, constituido por la mayoría de los seres humanos terrenos, habrá sido definitivamente extirpado.
Permanezcamos siempre vigilantes con relación a todo lo que de nosotros emana. Siempre.
Roberto C. P. Junior
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