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El tiempo… ¿Cómo definir esa grandeza? La respuesta no es obvia. Requiere un análisis más profundo, cosa que hoy en día, poca gente se dispone a hacer… ¡por falta de tiempo! El tan precioso tiempo consumido casi por entero en la lucha por la vida, en la batalla diaria que se extiende durante años, hasta por décadas.
Es cierto que, durante el desarrollo de esa lucha cotidiana, este ajetreo y el bullicio loco, conseguimos reservar algunas horas semanales para el ocio y el descanso, pero no para meditar sobre los temas cruciales de la vida. Para esas cosas no disponemos de ningún tiempo, no podemos absolutamente perder tiempo con eso.
De acuerdo con la teoría de la relatividad de Einstein, espacio y tiempo están interconectados. A velocidades próximas a la de la luz, la masa de un cuerpo aumenta en forma perceptible, el espacio se contrae y el tiempo pasa más despacio. ¿El tiempo pasa más despacio? ¿Y eso, cómo es posible? ¿El ritmo del tiempo, puede alterar su pulsación, bajo determinadas circunstancias? ¿El tiempo, pulsa, realmente?
En la infancia, teníamos la nítida impresión de que, el tiempo, realmente, pasaba más despacio, mucho más lento. Transcurría una eternidad hasta que el período de vacaciones llegaba. La Navidad, siempre ansiosamente aguardada, era un evento que se repetía muy raramente; nuestro cumpleaños, entonces, más parecía un golpe de suerte cuando finalmente llegaba.
A medida que crecemos la historia se invierte. Parece que el tiempo se acelera. Apenas repetimos nuestras inmutables resoluciones definitivas de año nuevo y las semanas y los meses ya comienzan su desenfrenada carrera.
Cuando nos damos cuenta, ya estamos a punto de terminar el primer semestre, y rápidamente nos sorprenden los primeros acordes navideños. Y a pesar de ese cambio de percepción, sabemos que las interminables horas de la infancia contienen los mismos fugaces 60 minutos de la fase adulta. ¿Cómo se explica eso?
Se explica por la vivencia. Es la vivencia del ser humano que cambia a partir de cierta edad, y no el tiempo. El tiempo no cambia. El movimiento de las agujas del reloj apenas registra, numéricamente, nuestro pasaje en el tiempo. El tiempo no pasa, nosotros somos los que pasamos dentro de él.
El tiempo no se altera, él permanece estacionado. Lo que cambia, conforme ya fue dicho, es la percepción que tenemos de él, según nuestra propia movilidad espiritual. Es como en un viaje de tren, en que el paisaje parece pasar con mayor o menor rapidez delante de la ventana, de acuerdo con la velocidad de la composición. A pesar de que tenemos esa impresión, no es el paisaje que se mueve, y si el tren es que pasa a través de él con mayor o menor velocidad. El paisaje es el tiempo, el tren es el espíritu humano, la velocidad es su capacidad de vivenciar.
Roberto C. P. Junior
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Serie Los Conceptos
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