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A fines de 1993, una joven británica murió algunas horas después de participar de un show de hipnosis. En 2011, tres estudiantes de la enseñanza media en Florida murieron (dos de ellos por suicidio) después de haberse sometido a una sesión de hipnosis.
Un caso documentado de gran repercusión, ocurrido en el final del siglo XIX, en Hungría, fue el de una joven de 22 años que murió súbitamente durante una sesión de hipnosis, mientras relataba la difícil situación de salud en que se encontraba el hermano del hipnotizador, internado en una clínica en Serbia.
Esas muertes trágicas atestiguan, de modo visible, el peligro de la práctica de la hipnosis, que hace con que el hipnotizado quede sin defensa contra peligros e influencias nefastas provenientes del mundo invisible que nos rodea. Más también hay relatos de personas que se tornaron mental y emocionalmente inestables después de someterse a la hipnosis, incluso con diagnóstico de esquizofrenia.
No obstante, los daños espirituales sufridos por quien se somete a una sesión de hipnosis eficiente son mucho más drásticos e incisivos de que cualquier tragedia visible. La voluntad espiritual del hipnotizado queda fuertemente atada a la del hipnotizador, incluso después del término del trance, de modo que el hipnotizado queda retenido en sus caminos de desarrollo y evolución espirituales. En cuanto al hipnotizador, atrae una pesada culpa con sus sesiones de difícil rescate.
Así como no hay ninguna justificativa para la práctica del misticismo y del ocultismo, dado que las leyes de la Creación son absolutamente simples y de fácil comprensión a cualquier uno, también no existe ningún fundamento para el uso de la hipnosis, incluso cuando la intención es buena y los resultados exteriores son aparentemente benéficos o inocuos. La ignorancia sobre los reales efectos de la hipnosis no constituye una circunstancia atenuante para quien toma parte de algún modo de esa práctica funesta.
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