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“Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces con vergüenza irás ocupar el último lugar.
Más cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás honra delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lc14.8-11).
La enseñanza central de esta parábola es, evidentemente, la de la humildad. Jesús ya había dado indicaciones claras a ese respecto poco antes, cuando los discípulos habían comenzado una discusión sobre cuál de ellos sería el más grande. Él había tomado un niño, y lo habría puesto en el medio de ellos y dijo: “Porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ese es el más grande” (Lc9:48).
Humildad no es una característica que pueda ser obtenida a la fuerza. Al contrario, ella adviene naturalmente, cuando una persona pasa a comprender el verdadero papel que desempeña en la Creación en que vive. Cuanto más consciente ella esté de la actuación de las leyes naturales, tanto más nítido le parecerá el funcionamiento del gigantesco mecanismo de la engranaje universal y, también, su real función dentro de ella.
Verá entonces que no es más de que una pequeña pieza, como tantas otras, la cual trae consigo la incumbencia de mantenerse bien ajustada e lubricada, funcionando con perfección. A partir de ahí, nunca más “tendrá más alto concepto de sí que el que debe tener” (Rm12:3), para no iludir a sí propia, “porque si alguno se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo” (Gl6:3).
Alguien que haiga adquirido ese reconocimiento jamás buscará enaltecerse. No apenas no siente ninguna necesidad de eso, como una tal actitud le parecerá por demás ridícula, la cual solo puede realmente florecer en el terreno de la ignorancia, del más absoluto desconocimiento del verdadero papel que un ser humano representa en la inconmensurable obra de la Creación.
Ya la verdadera sabiduría nunca prescinde de la humildad, son como una cosa sola. Sobre eso, dice Abdruschin en su obra En la Luz De la Verdad, el Mensaje del Grial (https://mensaje-del-grial.org/):
“Ahora bien, saber implica humildad, pues el que posee el verdadero saber no puede nunca excluir la humildad. Es tanto como decir que son una y la misma cosa. Con el verdadero saber aparece simultáneamente la humildad como consecuencia absolutamente natural. Donde no hay humildad no puede haber tampoco verdadero saber. ¡Humildad, a su vez, significa libertad! Sólo en la humildad reside la auténtica libertad de todo espíritu humano.”
Munido de verdadera humildad, aquella humildad que brota del corazón y no para consumo externo es posible al ser humano conseguir mucha cosa de valor en varios aspectos de la vida (https://bit.ly/1QV5DpS). Sin humildad no se consigue nada. Realmente nada.
Roberto C. P. Junior (https://instagram.com/robpucci/)
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