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En sus conferencias, Jesús fue muy incisivo sobre la necesidad del ser humano desvincularse de las garras familiares, visto que ellas constituyen un impedimento del espíritu (http://on.fb.me/1Itb7Ez). Tan contundente fue el en relación a eso, que es de causar espanto que el sentido de sus palabras no haiga sido reconocido. En una cierta ocasión una mujer, como muchas también presa al falso concepto de familia, queriendo expresar su admiración por las palabras de Jesús, exclamó para el: ¡“Bienaventurada aquella que te concibió y los senos que te amamantaron!”(Lc.11:27). Jesús le contestó inmediatamente: “Antes bienaventurados son los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc.11:28).
Ese episodio habla por sí mismo. Jesús apunta una vez más para la necesidad imperiosa de que se cumpla la palabra de su Padre, como pre requisito indispensable para alcanzar la bienaventuranza, desechando prontamente, como algo totalmente despropositado, el sentimentalismo maternal de aquella mujer deslumbrada.
Pero, infelizmente, sus enseñanzas no impidieron que en los siglos subsecuentes el amor materno, principalmente, fuera decantado como el más noble de los sentimientos de la mujer, como si la misión suprema de la feminidad fuera engendrar hijos para hacer justicia a ese sentimiento. Con eso, también el casamiento fue rebajado. El casamiento pasó a ser visto como un objetivo profesional, una conquista terrena que todas las doncellas tenían que alcanzar para sentirse realizadas, al punto de que la mujer de hoy no se avergüenza de tomar el matrimonio como patrimonio…Casar y tener hijos surgió como la única meta de vida de muchas jóvenes, frecuentemente instigadas por los propios padres. Para ellas, poder ser una consorte en la vida es tener una vida con suerte…
Las odas seculares erguidas en alabanza al amor materno, como si la principal misión de la feminidad humana fuera engendrar hijos, lo transformaron en una carga enfermiza que solapa el libre desarrollo espiritual, tanto de la madre como de los hijos. Aquella hace creer que posee derechos absolutos y permanentes sobre la descendencia, mientras que a estos últimos se les impone el peso de la gratitud eterna, aunque muchas veces bajo un manto de hipocresía. Eso, sin hablar del asqueroso mercantilismo de ese amor filial.
El puro y legítimo amor reciproco entre madre e hijo, que solamente florece cuando ambos tienen como meta común la evolución espiritual, lo que ya desecha prontamente cualquier tipo de interferencia indebida de uno en la vida del otro, fue desconsiderado y acabó por extinguirse. En su lugar surgió el “amor” obligatorio evidenciado en regalos, sometido por entero a los grilletes del comercio.
La norteamericana Anna Jarvis, que en el inicio del siglo XX inadvertidamente creó el Día de las Madres, y que aún se empeñó personalmente para que esa conmemoración fuera adoptada en otros 43 países, llegó al fin de su vida , en el año de 1948, completamente amargada con su “invención”. Murió reclusa, carcomida de disgusto y sufrimiento, teniendo que presenciar como su propósito inicial, aparentemente inocuo y bien intencionado, se transformó en una aberración comercial de alcance global.
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